A los centros financieros no les preocupa que estos gobernantes sostengan una retórica denostación en contra del neoliberalismo
Por: Alberto Vizcarra Ozuna
El neoliberalismo no es un gato con siete vidas, pero sí una estructura de políticas económicas con el soporte para resistir todo tipo de conjuros y rituales en su contra. Andrés Manuel López Obrador inició su sexenio con un ritual cuyo propósito explícito fue formalizar con una declaración desde Palacio Nacional "el fin del modelo neoliberal y la abolición de esta política económica". En el primer Informe de Gobierno, la presidenta Claudia Sheinbaum también conjura tales políticas y afirma que "quedó en el pasado la oscura noche neoliberal".
A los centros financieros de Londres y Washington no les preocupa que estos gobernantes sostengan una retórica de denostación en contra del neoliberalismo. Lo que hacen valer como "realidades de fuerza" es que, en la práctica, los gobiernos que están en la órbita del sistema financiero del dólar caminen dentro de los dogmas y doctrinas neoliberales que se formalizaron desde mediados de los años ochenta del siglo pasado, con el mote del "Consenso de Washington".
Las líneas gruesas de tales políticas son, en realidad, el acuerdo de la oligarquía financiera angloamericana para eliminar toda forma de protección a las economías nacionales y, consecuentemente, eliminar también la intervención del Estado en la regulación de los procesos económicos y monetarios. Una de las principales imposiciones del Consenso de Washington es la inviolabilidad, a toda costa, del equilibrio presupuestal; esto es, despojar al Gobierno de cualquier margen para utilizar un razonable déficit en el gasto público que le permita constituirse en estímulo y factor de arrastre de todos los sectores que concurren en el proceso económico.
Los ajustes al gasto, además del sostenimiento de una política monetaria restrictiva, aceptando incondicionalmente la autonomía del Banco de México y la desregulación financiera de la Banca comercial, son en esencia el conjunto de normas doctrinarias que dibujan el perfil completo de una política económica neoliberal, a la que se mantuvo adherido el Gobierno anterior y, hasta el momento, lo hace el Gobierno de Claudia Sheinbaum.
A la mitad de su sexenio, López Obrador se olvidó de que había desaparecido del cielo mexicano al neoliberalismo y lo reivindicó con una frase memorable: sin corrupción, hasta el neoliberalismo es bueno. Un mensaje nada cifrado a los centros financieros y fondos de inversión, de que las políticas macroeconómicas neoliberales no se modificarían, porque "el problema" es la corrupción.
En su primer informe, la presidenta, como antes lo hizo López Obrador, presume que "se está consolidando un nuevo modelo económico que garantiza la estabilidad macroeconómica... y con una conducción responsable de las finanzas públicas". Pretende decir que, sin trastocar las políticas macroeconómicas derivadas del Consenso de Washington, se pueden tener logros que favorezcan a la gente. Sin embargo, durante el primer año de su Gobierno, la economía no pudo salir del estancamiento económico, o del llamado crecimiento económico mediocre que ha mantenido el país durante las últimas cuatro décadas.
Los datos del Inegi acusan que, desde el 2018 hasta lo que va del 2025, la economía ha registrado un promedio anual de crecimiento no mayor al 0.8 por ciento y el PIB per cápita es negativo. La presunción de los incrementos salariales se ve opacada frente al hecho de que disminuye significativamente el porcentaje de trabajadores que ganaban arriba de dos salarios mínimos, al pasar de un 35.6 por ciento de la población ocupada en 2018 a un 9.3 por ciento en el primer trimestre del 2025.
Esto ha contribuido a la disminución en el consumo. En julio de 2025, el consumo descendió en 0.4 por ciento respecto al mismo mes del año anterior, lo cual indica que el crecimiento de la demanda y del mercado interno no ha presentado realmente incrementos como lo presume el gobierno. Es difícil aceptar que trece millones de mexicanos han salido de la pobreza, cuando nos mantenemos sin crecimiento económico real y sin incrementos notables en el consumo.
Está visto que las políticas neoliberales exigen que los gobiernos incrementen los montos presupuestales destinados al gasto social. La curva de este gasto, desde el Gobierno de Carlos Salinas hasta nuestros días, es exponencial. En este año, el Gobierno destinará 40 mil millones de dólares a los distintos programas de asistencialismo con los que se atenúan las afectaciones sociales vinculadas a una economía que no crece y que está muy por debajo de la generación del millón y medio de empleos anuales que se demandan.
Declarar que ha quedado en el pasado la noche oscura del neoliberalismo, cuando se mantiene al país atado al núcleo duro del conjunto de las políticas económicas del Consenso de Washington, es una disociación que se pretende poner a salvo con la construcción teórica de que los ingredientes de la Cuarta Transformación son tan sui géneris que pudieron descubrir un camino exitoso dentro de los axiomas neoliberales.
Desde el Valle del Yaqui, Ciudad Obregón, Sonora.