Celebrar a los arcángeles no es mirar hacia un mundo de fantasía, sino abrir los ojos a la realidad más profunda
Por: Saúl Portillo Aranguré
El corazón humano late con la inquietud de saberse acompañado. A veces pensamos que estamos solos en la vida, cargando luchas, dudas y esperanzas en medio de un mundo tan ruidoso. Sin embargo, la fe nos recuerda que Dios ha dispuesto presencias silenciosas, discretas y fieles que caminan con nosotros: los ángeles. El Catecismo de la Iglesia Católica lo dice con sencillez y firmeza: «La existencia de los seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe» (CIC, 328).
Los ángeles son servidores de Dios y, al mismo tiempo, amigos del hombre. No se ven, pero están. No buscan protagonismo, sino que cumplen su misión: anunciar, custodiar, defender, sanar. La Biblia está llena de su presencia. Los encontramos custodiando el paraíso (cf. Gn 3,24), acompañando a Cristo en el desierto (cf. Mt 4,11), consolándolo en Getsemaní (cf. Lc 22,43), y librando batallas en el cielo (cf. Ap 12,7). Como decía san Basilio Magno: «Cada fiel tiene junto a sí un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida» (Adv. Eunomium, III, 1).
UNA SINFONÍA DE NUEVE COROSLa tradición cristiana, iluminada por la Escritura, habla de una gran "sinfonía celeste" compuesta por nueve coros angélicos. San Gregorio Magno, en sus Homilías sobre los Evangelios (Hom. 34), retoma la enseñanza de san Dionisio Areopagita y nos dice que esos coros no son rangos militares, sino distintos modos de servir a Dios. Así conocemos a los serafines, que arden en amor; a los querubines, llenos de sabiduría; a los tronos, que reflejan la firmeza del juicio divino; a las dominaciones, virtudes y potestades, que participan del Gobierno de Dios sobre el cosmos; a los principados, que cuidan a las naciones y a los arcángeles y ángeles, que se acercan más directamente a nosotros, trayendo mensajes y custodiando nuestra vida.
No se trata de curiosidad piadosa. Esta enseñanza nos recuerda que todo el universo está ordenado para la gloria de Dios, y que los ángeles, como nosotros, participan en esa liturgia eterna de alabanza. San Juan Pablo II lo resumió así: «Los ángeles son llamados a participar en la vida de Dios y en su gobierno providencial de las criaturas» (Audiencia General, 9 de julio de 1986).
TRES ARCÁNGELES PARA NUESTRA VIDADentro de esta jerarquía, la Iglesia celebra el 29 de septiembre a tres arcángeles que la Biblia menciona con nombre propio: Miguel, Gabriel y Rafael. Cada uno refleja una faceta del amor de Dios hacia nosotros.
SAN MIGUEL: Su nombre significa ¿Quién como Dios? y nos recuerda que ninguna fuerza del mal puede equipararse al poder del Señor. Lo vemos en el Apocalipsis combatiendo contra el Dragón (cf. Ap 12,7). En tiempos donde tantas ideologías y tentaciones quieren ocupar el lugar de Dios en el corazón humano, Miguel nos enseña a mantenernos firmes: sólo Dios es absoluto, sólo Él merece nuestro amor total.
SAN GABRIEL: Su nombre significa Fortaleza de Dios. Es el mensajero de las grandes noticias. A él le correspondió anunciar a María el misterio de la Encarnación (cf. Lc 1,26-38). Gabriel nos enseña que Dios sigue hablando a la humanidad, que su Palabra no se apagó, y que cada día somos invitados a decir, como la Virgen: «Hágase en mí según tu palabra».
SAN RAFAEL: Su nombre significa Dios sana. Lo encontramos en el libro de Tobías, acompañando al joven en su camino, librándolo de peligros y devolviendo la vista a su padre (cf. Tb 12,15). Rafael nos recuerda que Dios no es indiferente a nuestras heridas. Él es médico de cuerpo y alma, y nos envía ayuda para levantarnos cuando el dolor o el cansancio nos hacen detenernos.
UNA LECCIÓN PARA NUESTRO TIEMPOEn un mundo que a veces reduce lo invisible a superstición, creer en los ángeles es un acto de fe y de confianza. El Catecismo nos asegura que «desde la infancia hasta la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión» (CIC, 336). Ellos no nos sustituyen, pero caminan a nuestro lado. No toman decisiones por nosotros, pero nos inspiran en el bien. No nos alejan de Cristo, sino que nos conducen siempre a Él.
Pensar en los ángeles es recordar que no estamos solos en la lucha de cada día. San Miguel nos fortalece frente a las tentaciones y batallas interiores. San Gabriel nos anima a escuchar la voz de Dios en medio del ruido del mundo. San Rafael nos acompaña cuando sentimos el peso de las enfermedades, las pérdidas o las heridas emocionales. Ellos son signos de que el cielo no está lejos, sino muy cerca, latiendo junto a nosotros.
CONCLUSIÓNCelebrar a los arcángeles no es mirar hacia un mundo de fantasía, sino abrir los ojos a la realidad más profunda: Dios no abandona a su pueblo. Los ángeles son parte de ese amor providente que vela por nosotros en el silencio. Cuando la vida nos parece demasiado dura, cuando nos sentimos débiles o heridos, conviene recordar que hay mensajeros celestiales que nos custodian, nos hablan al corazón y nos tienden la mano.
Por eso, al llegar la fiesta del 29 de septiembre, unámonos a toda la Iglesia en gratitud. Dejemos que San Miguel nos recuerde que sólo Dios es Dios, que San Gabriel nos anuncie que su Palabra sigue viva, y que San Rafael nos muestre que el Señor sana nuestras heridas. Y que todo nuestro ser se una al canto de los coros angélicos: «Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo» (Prefacio de la misa).
Que este domingo, al elevar nuestra oración, el corazón descubra que late acompañado. Porque en cada palpitar humano resuena un eco del cielo: el eco de esos mensajeros que nos guían al encuentro con Dios.
FUENTES: Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 328-336); Biblia (Gn 3,24; Dn 10,13; 12,1; Tb 12,15; Lc 1,26-38; Mt 4,11; Lc 22,43; Ap 12,7-9); San Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios (Hom. 34); San Dionisio Areopagita, De coelesti hierarchia; San Basilio Magno, Adv. Eunomium, III, 1; San Juan Pablo II, Audiencia General, 9 de julio de 1986.
saulportillo@hotmail.com