“Las juntadas”

Por: Eduardo Sánchez

Hace unos días me tocó ver cómo es más o menos una fiesta de celebración de 14 años en la actualidad. No una quinceañera, sino una fiesta de 14 años. Por supuesto que han pasado muchos abriles…y mayos y junios, de que asistía a este tipo de eventos, por lo que hay algunas variaciones a las de “nuestros tiempos”, como luego dicen, por lo que pensé que sería oportuno comentar brevemente sobre este tipo de festejos, sobre todo cuando estamos viendo que el alcohol está haciendo estragos en la juventud.

Para empezar, las fiestas comienzan alrededor de las once de la noche; a pesar de que en este caso había pista de baile, luces, cámara de humo y la música del momento, nadie bailaba. Mientras las muchachitas, que se veía que se esmeraron en ponerse sus mejores galas, peinado de salón, zapatos nuevos y todos los detalles que suelen usar con tal de lucir lo mejor posible, los chavalos llegaban vistiendo ropas del diario y hasta roídas, y con las greñas desaliñadas, pero, sobre todo, con un lenguaje soez. Sin lugar a dudas, un mínimo vocabulario y un fuerte aderezo de groserías es lo que más destacaba en la conversación de los adolescentes que alcancé a escuchar. Al parecer tanto ellos como ellas compiten por ver quien dice más palabrotas. Supongo que esto los ha de hacer sentirse como vividos o como “más en onda”.

Ahora son más los que traen el carro de papá, o quizás hasta sea propio, y poco les importa pararlos en las entradas o en las cocheras de las casas de los vecinos del lugar en donde es la juntada. Y el alcohol…bueno, sendas hieleras de cheves son las invitadas de honor a estas fiestas. Tupidas hasta el gorro, todo gracias a papi que como buena excusa dice no saber cómo controlar a sus hijos, por lo que mejor les pone el reventón en bandeja de plata: Lana, carro y permiso para llegar a las horas que sean.

Ante este panorama llegué a pensar que lo que estaba viendo y escuchando es lo que se vería y oiría en el infierno, o mínimo en el purgatorio: Jovencitos, casi niños, ebrios, maldiciendo, desaliñados e irrespetuosos ante las damas y los adultos, para luego salir manejando el carro de papi a gran velocidad por las calles de la ciudad y, lo más grave, adolescentes que han tenido el privilegio de la educación y que son de “buenas” familias.
Dirás que sueno como un ruco amargado, pero ¿qué de bueno se podría decir sobre esta situación?

Y otros podrán decir: ah, ¿ya se te olvidó en tus tiempos?, Y pos, claro que no se me ha olvidado, para nada, aún recuerdo a los que se murieron, a los que se quedaron arriba, a los que están en la cárcel, a las chavitas que salieron embarazadas, a los que terminaron en el hospital. Es precisamente por eso que traigo este tema a colación, porque veo cómo en lugar de ir evolucionando como sociedad, vamos para atrás. Eso es lo que me llama la atención principalmente, ver cómo la conducta se va relajando cada vez más sin que a nadie le interese o pueda hacer algo. Y, es, precisamente, porque lo hemos vivido que sabemos que no es bueno ni es sana tanta libertad en los jovencitos. No olvidemos, estoy hablando de plebes de alrededor de 14 años. No digo nada cuando uno tiene cierta madurez para saber cómo vivir su vida y tomar sus propias decisiones y afrontar las consecuencias, pero a esa edad, de un momento a otro son maduros como para manejar, y en otro son niños como para jugar carreras sin medir el peligro. O son grandes para tomar de más pero son menores para que su cuerpo lo tolere. No es mi idea juzgar a nadie, mal haría, sino que solo pretendo reflexionar un poco ante este mar de alcohol y banalidad que mantiene vivas las flamas del averno. Quema.