Larry Fink, el tiburón de Wall Street

Por: Redacción

Alberto Vizcarra Ozuna
(Analista político)

Las llamadas empresas de gestión de activos financieros, han cobrado auge durante los últimos cuarenta años, al calor de lo que algunos economistas definen como la financiarización de la economía, fenómeno mundial concomitante a la política económica neoliberal. Una subversión del valor económico, en donde se prioriza la renta monetaria (especulación), con cargo al deterioro de los procesos físico-productivos y su consecuente secuela de pobreza, desempleo y hambre.

Los gestores de activos financieros, durante estas décadas, han tenido sus efímeras épocas de gloria, que casi siempre anteceden a sus grandes bancarrotas y al descubrimiento de fraudes financieros monumentales. Son al sistema financiero lo que los cárteles de la droga al narcotráfico internacional. En la década de los setenta era la casa bancaria de J.P. Morgan, luego evolucionaron, en su inclinación especulativa, a la llamada Banca financiera tipificada por entidades como Lehmann Brothers, protagonista de la gigantesca debacle financiera del 2008 relacionada con el descomunal fraude hipotecario que tuvo epicentro en los Estados Unidos.

En ese episodio de crisis sistémica, se pensó que sería la ocasión para terminar con las prácticas especulativas dominantes, pero lo degenerativo tiene la propiedad de encontrar nuevas formas perniciosas, más cuando los estados nacionales con la fuerza para ponerle un freno a estas prácticas han sido débiles y condescendientes. Del fermento de ese pantano surge como un alien el fondo de inversión y empresa de gestión de activos financieros Black Rock, capitaneada por el insólito de Larry Fink, quien por sus servicios al sistema financiero internacional se ha ganado el merecido mote del “tiburón de Wall Street”.

Black Rock alcanzó la condición del fondo de inversiones más importante del mundo en pocos años, su cartera administrativa está entre los 6.5 y 7 billones (millones de millones) de dólares. Monto que supera en más de cinco veces el PIB de México y el de cualquier país de América Latina. A Larry Fink le puede hinchar el ego que lo motejen como el tiburón de Wall Street, pero el epíteto no lo usa como su carta de presentación. A personajes así les gusta construirse un “rostro humano”. Deja colar la narrativa de que su madre fue comunista y de que siendo su empresa emblemática del neoliberalismo, él busca separarse de ese término. Se construye la imagen del activista social de Wall Street y habiendo nacido en California filtra que se le llegó a conocer como “el marxista de Long Island”.

Otras de las líneas hipócritas con las que el capitán de Black Rock se pinta la cara, es decir que si tuviera la edad para regresar a la universidad, haría una especialización en energías renovables y luego sostiene que el nuevo pilar de sus políticas estará condicionado a la sustentabilidad y a descartar las inversiones que contemplen el uso de energías fósiles. La retórica ecologista la esgrime como un instrumento de chantaje, incluso con la amenaza de financiar movimientos sociales en contra de los proyectos, si sus fondos de inversión no entran a tomar control de ellos. Desde marzo del 2015 Black Rock entró a México, abrigada por la Reforma Energética de Enrique Peña Nieto y se fue directamente a tomar grandes tajadas de los recursos fósiles del país, esto es el petróleo y el gas.

Durante el Gobierno de Peña Nieto, Larry Fink construyó los cimientos de sus proyectos de inversión, pero en el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, levanta un edifico de negocios que sigue teniendo como eje principal el control del gas y el petróleo mexicano. El presidente, desesperadamente deseoso de presumir la confianza de los mercados financieros en su Gobierno, proyecta la imagen de una relación de “intimidad intelectual” con Fink con quien ha tenido encuentros personales y virtuales. Lo presume como su colega, porque dice que tanto Fink como él, no son economistas sino politólogos.

En atención a la presunción de amistad entre López Obrador y Larry Fink, el presidente de Argentina, Alberto Fernández, le pidió al presidente mexicano que intercediera ante Black Rock, para que este fondo –uno de los principales tenedores de la deuda de ese país- flexibilizara su postura ante la crisis de pagos por la que atraviesa la nación sudamericana resultado de la desastrosa administración del Gobierno de Macri y agudizada por el azote de la crisis sanitaria provocada por el Covid-19. Pero cuando de estos asuntos se trata, el excéntrico especulador, guarda sus discursos angelicales y muestra la expresión del tiburón de Wall Street. Nada lo conmueve y menos que el Gobierno de Argentina le ponga la condicionante de que no aceptarán una austeridad y una política de recortes que en aras de pagar la deuda afecte a la población y al crecimiento económico del país.

No será fácil que López Obrador entienda que cuando un depredador se le acerca, no es porque quiere ser su colega. Si un tiburón se aproxima con sus fauces abiertas, no tiene intención de declamar una poesía.