En una década, la capital pasó de ser una ciudad intermedia a convertirse en una metrópoli, desbordada por sus propios vehículos
Por: Mario Alberto Velázquez García
Hermosillo es hoy el espejo de un modelo urbano agotado. La ciudad crece, pero no mejora. La evidencia más clara está en dos síntomas que definen su cotidianidad: la dependencia absoluta del automóvil y el colapso del sistema de agua. Ambos factores revelan un fracaso estructural en la planificación urbana y en la gestión de los bienes comunes.
En apenas una década, Hermosillo pasó de ser una ciudad intermedia para convertirse en una metrópoli extendida, desbordada por sus propios vehículos. El parque automotor supera las 600 mil unidades para una población cercana a las 950 mil personas. Es decir, casi un automóvil por cada habitante adulto. Este crecimiento no sólo satura las vialidades, sino que impone un modelo de vida dependiente del auto: largas distancias, emisiones contaminantes, gasto familiar creciente en gasolina y una desaparición progresiva del espacio público. La ciudad se diseña para los carros, no para las personas. La expansión horizontal ha tenido consecuencias graves. Cada nuevo fraccionamiento requiere más calles, más drenaje y más tuberías. Esa dispersión encarece los servicios y hace insostenible la infraestructura existente. En lugar de invertir en la reparación de fugas o en transporte público eficiente, el presupuesto urbano se destina a pavimentar y abrir vialidades que alimentan el mismo ciclo de expansión.
El segundo síntoma del fracaso urbano es el agua. Hermosillo se asienta en un territorio semidesértico y, sin embargo, desperdicia su recurso más escaso. Más de la mitad del agua potable se pierde por fugas antes de llegar a los hogares. El problema no es sólo técnico: es político. La prioridad se ha centrado en construir obras visibles, no en mantener las redes subterráneas. Las fugas perpetúan la escasez, justifican tandeos y elevan costos para las familias. La paradoja es cruel: mientras la ciudad crece, el agua se escapa por grietas invisibles.
Estos dos males —autos y fugas— están íntimamente conectados. Una ciudad dispersa multiplica la infraestructura frágil, incrementa la distancia entre la vivienda y el trabajo, y fragmenta la vida urbana. Cuantos más autos circulan, más presión se ejerce sobre las calles, más se rompe el pavimento y más se dañan las tuberías. Es un círculo vicioso donde el deterioro físico refleja el agotamiento de un modelo de desarrollo que ya no responde al contexto ambiental ni social de Sonora.
Para corregir el rumbo, Hermosillo necesita un proyecto urbano integral que parta de tres ejes fundamentales: agua, proximidad y movilidad. En primer lugar, es indispensable un plan de gestión hídrica que priorice la reparación de fugas y la modernización de redes. Cada peso destinado a pavimento debería condicionarse a la sustitución previa de tuberías. La transparencia en los indicadores —litros producidos, facturados y perdidos— debe ser pública y constante. En segundo lugar, la ciudad debe apostar por la densificación equilibrada. El futuro no está en seguir extendiéndose, sino en volver habitable lo que ya existe. Incentivar la vivienda en el centro, rehabilitar edificios abandonados y garantizar servicios básicos permitiría una "ciudad de 15 minutos", donde escuela, trabajo y comercio estén al alcance caminando o en bicicleta. Finalmente, la movilidad debe transformarse. Hermosillo necesita menos autos y mejor transporte público. Invertir en corredores de movilidad sustentable, ciclovías seguras y paradas dignas no sólo reduce emisiones, sino que recupera el espacio urbano para las personas. Las banquetas amplias, los árboles y el transporte accesible son también políticas de salud pública.
El fracaso actual de la urbanización hermosillense no es inevitable. Es el resultado de decisiones que pueden revertirse si se coloca la sostenibilidad por encima de la expansión. Modernizar el centro, reparar las fugas y limitar el crecimiento desordenado no son acciones aisladas, sino partes de un mismo propósito: reconstruir la ciudad desde dentro, priorizando el agua, el peatón y la calidad de vida sobre el automóvil y el asfalto.
*Profesor-investigador del Centro de Estudios Transfronterizos en El Colegio de Sonora.