La Plaza de Tlatelolco

El 2 de octubre del 68

Por: Gerardo Armenta

Recién se cumplieron 56 años del terrible episodio ocurrido el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco en la Ciudad de México. Sin duda, ha pasado tiempo desde que ocurrió ese terrible suceso. Pero a pesar del obvio caminar del tiempo, prevalece una sentida y vigorosa consigna popular acuñada poco después de ocurridos los trágicos hechos. La proclama ha dicho y dice al paso de los años: “El 2 de octubre no se olvida”.

Y efectivamente todo permite dar por contundente evidencia que lo sucedido en Tlatelolco es un episodio que sigue fiel y firme como sentido recuerdo de una auténtica infamia cometida desde el poder con la utilización de fuerza militar. Gustavo Díaz Ordaz era el Presidente de la República en ese tiempo. En la primitiva y quizá hasta salvaje forma suya de “resolver” problemas de gobernabilidad, no le importó desatar la represión ejercida en Tlatelolco a pocos días de que empezara el desarrollo de una Olimpiada en nuestro país. Esto hubiera sido lo de menos. Lo más significativo fue la orden que impartió para reprimir las protestas estudiantiles en la forma en que lo hizo.

Ciertamente, los del 68 debieron ser tiempos de locura en el ejercicio del poder en un país como el nuestro. No puede asumirse otra interpretación al tomar nota de la forma con que se “resolvió” acabar en Tlatelolco con un movimiento estudiantil que como el de entonces sus dirigentes siempre pidieron dialogar con emisarios gubernamentales. Cuando apenas empezaba a perfilarse (con todas las reservas del caso) la certeza del diálogo entre las partes, se produjo la tremenda agresión ocurrida en Tlatelolco.

El lugar (que era y es un impresionante centro habitacional por su gigantismo arquitectónico), fue prácticamente sitiado por fuerzas del orden en la parte correspondiente al edificio Chihuahua, donde está precisamente la Plaza de Tlatelolco o de las Tres Culturas, donde se llevó a cabo el mitin del 2 de octubre de 1968. A quien se le haya ocurrido mandar al Ejército a ese lugar, debió ser poseedor de una maldita o criminal perspectiva, porque, ubicada en esa plaza una multitud inerme, no tendría para dónde correr o escapar. Como terminó por ocurrir: al empezar la balacera en Tlatelolco quienes estaban en el mitin (niños incluso) pronto se dieron cuenta que no tenían manera de ponerse a salvo.

Como terminó ponerse en claro, la masacre pudo ser mucho más atroz de lo que por desgracia de todas maneras resultó. Aun así, oficialmente nunca pudo establecerse con exactitud más o menos aceptable cuántas personas murieron en Tlatelolco. El dato es o tiene que ser importante. Pero obviamente no ha sido posible definir con exactitud meridiana cuántas personas fueron victimadas en Tlatelolco.

Su número debió o tuvo que ser elevado en virtud de las terribles características que tuvo la ingrata y violenta jornada que es conocida también como la Noche de Tlatelolco. Este fue y sigue siendo un abusivo pasaje que al paso de los años permanece como uno de los episodios más represivos o criminales de que se tenga registro en la historia de este país. La sola palabra Tlatelolco remite inmediatamente a la certeza sabida de que allí se cometió uno de los peores abusos de gobernabilidad (suponiendo que proceda utilizar el término) que se hayan realizado a lo largo de la historia de este país.

Díaz Ordaz jamás pudo remontar la mancha personal y política que lo identificó (así tuvo que ser por fuerza) como responsable fundamental de lo acontecido en Tlatelolco. Sabedor de que jamás podría eludir esta terrible culpa, asumió toda la responsabilidad histórica por los hechos de octubre del 68. Pero lo hizo en uno de sus postreros informes de gobierno, hablando, por supuesto, con más demagogia y cinismo que con franqueza y valor personales. Los culpables siempre deben pagar realmente por lo que hicieron o dejaron de hacer. Sin embargo, hasta en eso Díaz Ordaz optó por la palabrería ofensiva ante o para la ciudadanía, pretendiendo eludir un juicio terrible en contra suya y que históricamente será imposible remover, como ya quedó demostrado. 

Año con año en la Ciudad de México se hace una recordación puntual del 2 de octubre del 68. Una marcha recorre algunas calles del centro de la capital del país y antes o después se lleva a cabo un mitin en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, es decir, en el lugar mismo donde ocurrieron los hechos en aquel año ya ciertamente lejano, pero recordable con la misma intensidad social tanto ayer como hoy. Por algo ha de ser evidentemente que “el 2 de octubre no se olvida”.

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