No es correcto comparar la magnitud de la caminata pro defensa del INE, con la efectuada el 27 de noviembre
Por: Alberto Vizcarra Ozuna
Cuando veas a un gigante examina antes la posición del sol, no vaya a ser la sombra de un pigmeo. Conseja muy socorrida para no confundir las apariencias con la realidad. Aplica para valorar la marcha y concentración convocada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, el domingo 27 en la Ciudad de México. Es un error comparar el tamaño de esta manifestación con la ocurrida hace dos semanas, que encubierta en la defensa del Instituto Nacional Electoral (INE), contenía el impulso de una oposición desesperada por el descrédito del presidente en sus afanes electoreros. Como también resulta inapropiado medir la estatura política de López Obrador, en razón del acumulado descrédito de la oposición.
Si queremos estimar el tamaño de las cosas hay que ubicar la realidad, algo que no ocurrió en ninguna de las dos manifestaciones. En la disputa por controlar los instrumentos del Gobierno y el manejo del presupuesto, los quequieren conservarlo se reivindican en el descrédito del opuesto y lo mismo hace la oposición. Así el país se divide y se polariza, no en la discusión programática sobre la suerte presente y futura de la nación, sino en una medición de fuerzas cuya resultante debilita al país en el contexto de un cuadro internacional cargado de grandes riesgos, donde la amenaza de una guerra nuclear -derivado del conflicto entre Rusia y Ucrania- está muy lejos de ser una exageración.
Ese mismo cuadro internacional presagia tormentas económicas cuyo mayor impacto ya se deja sentir sobre el mundo occidental. Las medidas tomadas por los centros financieros internacionales e implementadas por la Reserva Federal de los Estados Unidos, para atenuar la hiperinflación, aparecen como los proverbiales remedios que empeoran la enfermedad. Incrementar las tasas de interés para detener la inflación, es una medida pensada para darle perpetuidad a un sistema financiero en bancarrota y disfuncional. Ni se atenúa la inflación, y lo peor, se contrae la economía, dando lugar a un estancamiento económico con inflación.
Ningún país de América Latina, es ajeno al choque externo de estas políticas. De hecho, la economía Nacional ya registra una galopante inflación tanto en el frente del consumo, como en los costos de producción. Esta realidad le es indiferente al discurso del Gobierno y también a la oposición. México navega en las aguas procelosas de un mundo que tiende al desacoplamiento económico y a la guerra, mientras las fuerzas políticas nacionales en disputa, se pelean por el timón de una barquichuela que puede sucumbir en la tormenta.
Es ocioso poner en cuestión los logros presumidos en el informe presentado por el presidente en el acto de masas. Ningún Gobierno habla mal de sí mismo. Lo que resulta interesante destacar, además de la gran omisión en la que se incurrió al desconsiderar la tremenda situación internacional, es la reiterada e incondicional adhesión del presidente al T-MEC –la misma apuesta de los gobiernos neoliberales- y la sujeción de la suerte de la economía Nacional al humor de los mercados internacionales, es decir a la inversión extranjera. La cual presumió como un logro de su Gobierno, al registrar incrementos estacionales con respecto al año anterior.
Al depositar la confianza en el T-MEC, asume que la estabilidad económica del país está segura y los desajustes sociales propiciados por dicha política económica se pueden continuar compensando con un asistencialismo social extendido, que constituye el eje de su concepción económica redistribucionista, lo que lo hace indiferente a la idea del necesario incremento en las capacidades físico-productivas de toda la economía Nacional y no considerar como indispensable la creación de empleos productivos, única forma de hacer sostenible la distribución del ingreso.
En resumen, el discurso del presidente, deja al país a expensas de la inversión extranjera, al asistencialismo social y el flujo de las remesas en dólares, a las que volvió a ponderar como las que nos salvaron durante los días oscuros de la pandemia de covid, en la que perdimos más de medio millón de mexicanos.
Cuando el presidente Lázaro Cárdenas convocó a los mexicanos al Zócalo de la Ciudad de México, en 1938, fue para comunicarle al pueblo la importancia de defender la expropiación petrolera. Algo similar hizo el presidente José López Portillo, cuando realizó la multitudinaria manifestación en la misma plaza nacional en 1979, para decirle a los mexicanos los motivos por los cuales México no ingresaba al llamado Mercado Común Energético con Estados Unidos y Canadá, (primera versión del T-MEC) y que por el contrario, el país planteaba un Plan Mundial de Energía, en el que petróleo debería de ser considerado patrimonio de la humanidad, libre de la especulación financiera para resolver el problema de los países importadores de petróleo, que les garantizara el suministro con respeto a contratos directos y de largo plazo. Momentos históricos, cuya motivación para la concentración, era una causa de importancia nacional e internacional.
La concentración del domingo 27 de noviembre, no tiene los alcances que tuvieron aquellos actos. Más bien es omisa del acontecer mundial y autorreferencial, en cuanto a la demostración del poder de convocatoria del presidente. Mandar el aviso de que están en capacidad de mantenerse en el poder, sin poner en cuestión las normas estructurales que por más de cuatro décadas le han impedido al país romper la inercia de un crecimiento económico mediocre. Y también el mensaje de que no se retomarán, las políticas económicas del modelo posrevolucionario en las que el Estado jugaba un papel protagónico en la dirección de la economía y en los afanes industrializadores. Esas metas no están contempladas en el presente Gobierno.
Se hizo notoria la ausencia crítica a la política económico neoliberal en el discurso presidencial. Así como la socialdemocracia ha querido endulzar el consentimiento al liberalismo económico y al neoliberalismo, con las expresiones de “economía de mercado con rostro humano” o “libre mercado con sentido social”, este Gobierno parece convencido que “sin corrupción, hasta el neoliberalismo es bueno”. ¿Acaso a eso se refiere el presidente cuando enmarca su política en la definición de “humanismo mexicano”?
Ciudad Obregón, Sonora, 30 de noviembre de 2022