La iguana

Todo implica un riesgo y cada riesgo implica un desafío. Es posible que por eso la vida suela ser un ejercicio que cansa...

Por: Jesús Huerta Suárez

Aunque pareciera como si nada la perturbara, sin embargo, su atención no cejaba en ningún momento, pues sabía que un segundo de distracción le podría costar la vida. Por eso, cada salida a tomar el sol y buscar su alimento es un asunto de vida o muerte para ella. Si no se asolea y come, muere, pero al hacerlo, se pone en riesgo de caer en las garras de algún depredador. La vida de la iguana es en parte como la vida humana. Todo implica un riesgo y cada riesgo implica un desafío. Es posible que por eso la vida suela ser un ejercicio que cansa y hastía si no le damos un sentido o propósito. Aun cuando todo nos haga indicar que las cosas parecen estar siempre a contra corriente nuestro, haciendo el camino más difícil de sortear para todos.

Quizá creamos que el rico tiene una vida fácil y sencilla, pero es posible que él ni siquiera se piense rico. Como podemos pensar que el pobre tiene ante sí una vida de sufrimiento y, quizá, tampoco se sienta pobre. Es extraño ver cómo todo siempre gira alrededor de la incertidumbre. Es agonizante sentir cómo la mente hace y deshace a su antojo en nuestro interior sin pedir ninguna autorización, llevándote de lo sublime a lo vulgar, de la alegría a la tristeza, de lo excelso a lo pésimo, de un segundo a otro, y sin mucho que podamos hacer.

También, es posible que cuando comiences a descubrir al monstruo que habita en tu cabeza, ya sea un poco tarde para apenas comenzar a luchar contra él. Ahí te das cuenta que fueron muchos años de niñez, juventud y madurez perdidos en el limbo, comprobable por los millones de ciegos del alma a nuestro alrededor que no paran de sufrir o hacer daño.

En ese devenir de la ilusión y desesperación humana se han llenado ríos y mares de lágrimas; la sangre ha corrido sin sentido alguno alcanzando a apagar los hogares y la misma luz que un día creímos que iluminaría nuestro corazón.

La realidad es exaltada por la visión de unos ojos hambrientos de afecto, pero las situaciones te demuestran que el amor, al parecer, es un platillo sólo para los dioses, y por lo tanto casi siempre estamos en ayunas.

Los hijos, casi siempre, no son más que frutos del fuego de las entrañas, por eso sus vidas se apagan sin remedio ante la briza de un mundo que nació del mar. La locura nos acompaña irremediablemente durante todo el camino y nos lleva cual rehenes a cárceles solitarias, desde donde deberemos de hacer nuestro mayor esfuerzo, casi sobrehumano, hasta poder ser parte del plan maestro del universo, que nos plantea el equilibro entre el cuerpo, alma y espíritu.

Mientras tanto, aquí seguiré viendo cómo masca la iguana que me visita cada verano y relaja mis sentidos.

“Nadie sale vivo de aquí” - Jim Morrison

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