En la instrumentación e imposición global de los bloques económicos, a México no le ha tocado la mejor parte
Por: Alberto Vizcarra Ozuna
Se define como entelequia aquella cosa o situación ideal que solo existe en la imaginación. Entonces se puede coincidir con quienes tipifican al nearshoring como una entelequia, pues supone que por la cercanía de México con Norteamérica, estaría por convertirse en el principal beneficiario del estrés geopolítico propiciado por la guerra comercial de los Estados Unidos en contra de China, lo cual derivaría, según lo imaginado, en una emigración -tipo estampida- de grandes inversiones que buscarían al país vecino del mercado más grande del mundo, como su nuevo nido.
Una elaboración nueva montada en el viejo axioma en que se soportó el Tlcan y ahora el T-MEC. A principios de los años noventa, al calor de la proximidad de la firma del Tlcan, la euforia que le concedía a aquellos acuerdos la condición de plataforma para que México se incorporara al primer mundo, no es menor que la exhibida ahora por los voceros oficiales del actual gobierno y de no pocos analistas que le imputan poderes mágicos a la circunstancia “novedosa” motejada con el anglicismo de “nearshoring”.
En la instrumentación e imposición global de los llamados bloques económicos, a México no le ha tocado la mejor parte. Adherirse, como ha ocurrido, en forma incondicional al bloque de Norteamérica como proveeduría de mano de obra barata y materias primas, ha implicado la renuncia explícita al propósito de industrializar el país. El Estado Mexicano abdicó así de su responsabilidad asociada al mantenimiento y uso de los instrumentos que requiere un plan nacional de industrialización, vinculados al ejercicio de una política soberana en el crédito nacional, vigoroso y creciente gasto público orientado a la construcción de infraestructura -con grandes proyectos de impacto multiplicador sobre la economía y la productividad-, procesos de protección en áreas estratégicas del mercado nacional, junto a una política fiscal y cambiaria que le permita enfrentar sus relaciones comerciales y económicas con el exterior.
Todo eso se abandonó, al tiempo que los huevos se pusieron en una sola canasta: la apuesta a la inversión extranjera como el factor detonante de la creación de empleos y el crecimiento económico. Es la misma apuesta que se hizo con la firma del Tlcan, la que ahora se hace con el nearshoring. Se usa la oferta fantasiosa para meterle presión al gobierno mexicano, diciéndole que la única forma de aprovechar la coyuntura es profundizar la apertura comercial y entregar el sector energético nacional, convirtiendo a la Comisión Federal de Electricidad en una subsidiaria de las llamadas energías limpias, parte de las cuales funcionarían como maquilas energéticas del mercado norteamericano.
La peor pérdida vinculada a estos esquemas, por supuesto que tiene que ver con la pobreza creciente que registra el país, pero la mayor es de orden moral. Aquella que se relaciona con la castración intelectual de gran parte de la clase política, que por oportunismo, conveniencia, cobardía o pereza, se adhieren a estos diseños porque el instinto les indica que se trata de “realidades de fuerza”, las mismas que el léxico académico adorna con la expresión: “adecuémonos a las tendencias globales dominantes”.
Algunas voces de alto perfil dentro del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, se quejan de que las políticas comerciales asociadas al TLCAN-T-MEC, que posicionaron a México como una potencia exportadora, particularmente en el sector automotriz, no se han traducido en crecimiento económico interno y tampoco en disminución de la pobreza, por el contrario, la pobreza ha crecido y la economía se mantiene estancada. Las ciudades del país que han concentrado la mayor inversión extranjera en este rubro, según datos del propio Gobierno, reportan niveles de pobreza cercanos al cincuenta por ciento.
Lo patológico del caso es que admitiendo la anomalía, el gobierno se deslinde de toda responsabilidad para corregirla y termine diciendo que ahora tenemos una nueva oportunidad con el nearshoring. Con ello México se mantiene como un cazador de oportunidades y a la espera de que los sobrantes arrojados por los conflictos comerciales internacionales beneficien al país. Existe una especie de consenso militante en los círculos políticos y empresariales, de que México no puede retomar una política interna, con instrumentos dirigistas de Estado y con metas propias, considerando su mercado interno y su industrialización.
Siempre hay buenas noticias. Los dogmas del neoliberalismo económico y las entelequias que los pretenden validar, se derrumban porque la realidad termina por indigestarse con ellos. No resuelven los grandes problemas, los empeoran y la realidad termina por vomitarlos.