Cuatro naciones, disímiles en geografía y temperamento, ofrecen un testimonio irrefutable
Por: Ricardo Castro Salazar
En la compleja alquimia del progreso existe una constante, un elemento cuyo valor trasciende el oro y el petróleo: el capital humano. La prosperidad nos enseña la historia reciente no siempre brota del subsuelo; a menudo se destila en las aulas. Cuatro naciones, disímiles en geografía y temperamento —Corea del Sur, Singapur, Finlandia e Irlanda—, ofrecen un testimonio irrefutable. Supieron transformar sus destinos al invertir obsesivamente en la inteligencia de su gente, convirtiendo la educación en la piedra angular de su estrategia nacional.
Corea del Sur emergió de las ruinas de la guerra para convertirse en un coloso tecnológico, no por azar, sino por un diseño deliberado. Con una disciplina casi marcial, alineó su sistema educativo con sus sucesivos planes quinquenales. Primero, una alfabetización masiva para nutrir la industria ligera; después, la especialización de sus ingenieros para catalizar la revolución digital y automotriz. Así se forjaron titanes como Samsung y Hyundai, y hoy Corea del Sur invierte el 4.9% de su PIB en investigación y desarrollo, una de las tasas más altas del orbe, superando a Estados Unidos y a la media europea.
Singapur, una ciudad-Estado sin más recurso que su propia gente, se inventó a sí misma como un centro neurálgico del capitalismo global. Su instrumento fue una educación de élite, bilingüe y rigurosamente planificada para servir a los sectores financiero y tecnológico. Lee Kuan Yew, su arquitecto fundador, comprendió que, en la era del conocimiento, el único recurso natural indispensable es un cerebro entrenado. Hoy, sus estudiantes dominan consistentemente las pruebas PISA y su iniciativa "SkillsFuture" institucionaliza la idea de que el aprendizaje es un empeño vitalicio.
Finlandia, en una audaz paradoja, alcanzó la cúspide a través de la equidad. En lugar de la competencia darwiniana, eligió la confianza. Desmanteló los exámenes estandarizados y las jerarquías escolares para erigir un sistema donde la docencia es una de las profesiones más prestigiosas: apenas uno de cada diez aspirantes a maestro es admitido en las facultades de educación. Al garantizar idéntica calidad para todos, sin importar su origen social, Finlandia no solo alcanzó la excelencia académica, sino que desató una innovación que la posicionó como líder en tecnología y bienestar.
Y luego está Irlanda, el "Tigre Celta", que hasta hace unas décadas era uno de los parias de Europa. Su salto cuántico se detonó con una decisión radical: hacer gratuita y universal la educación universitaria en 1996. Esta política creó, en menos de una década, una de las fuerzas laborales más jóvenes y cualificadas de Europa. El resultado fue un imán irresistible para la inversión extranjera directa, convirtiendo a la isla en un centro de operaciones para gigantes como Google, Apple y Pfizer, y atrayendo a más de mil 600 multinacionales.
EL ESPEJISMO DE LA RÉPLICA Y LA PARADOJA ESTADOUNIDENSEEstas crónicas de éxito, sin embargo, encierran una advertencia. La tentación de importar estos modelos como si fueran un simple manual es un espejismo. El éxito de Corea y Singapur fue inseparable de un autoritarismo estatal y una ética confuciana del sacrificio colectivo, difícilmente exportables a democracias liberales e individualistas. La proeza finlandesa se cimenta en una cohesión social y una confianza en las instituciones que son anómalas en un mundo fragmentado y polarizado. Y el milagro irlandés capitalizó una ventaja geopolítica única: ser un puente de habla inglesa hacia el mercado común europeo. Cada nación compuso la partitura de su propio desarrollo a partir de una alineación irrepetible de política, cultura y contexto.
Lo que sí es una verdad universal es que, sin inversión en capital humano, no hay progreso sostenible. Y es aquí donde la política actual de Estados Unidos se revela como una contradicción. Mientras el mundo asimila esta lección, la administración en Washington propone recortes drásticos al Departamento de Educación, amenazando subvenciones por miles de millones de dólares a los estados.
Potencias demográficas y económicas como California, Nueva York, Illinois y Pensilvania, entre otros, han demandado a la administración para liberar aproximadamente 6 mil 800 millones de dólares en fondos que ya habían sido aprobados por el Congreso. La retención de estos fondos crea una enorme incertidumbre presupuestaria, obligando a los distritos escolares a considerar recortes en programas esenciales y numerosos despidos.
Arizona, por ejemplo, enfrenta un grave futuro financiero para sus distritos escolares. Estos fondos no son un lujo: financian el desarrollo profesional de los maestros —la educación de los educadores— y programas de integración para inmigrantes y refugiados autorizados, como la enseñanza del inglés. La ironía es brutal: se exige a los recién llegados que se integren y se eduquen, mientras se les retiran las herramientas más elementales para hacerlo.
El contraste con Irlanda o Finlandia es elocuente. Irlanda utilizó la inmigración como un motor deliberado de su auge económico. Finlandia, enfrentada a un invierno demográfico, busca activamente inmigrantes cualificados para sostener su estado de bienestar. Estados Unidos, en cambio, parece remar en dirección opuesta, desmantelando su Departamento de Educación y encareciendo el acceso a la universidad para las clases medias y bajas.
Cada nación debe encontrar su propia fórmula. Pero la ecuación del progreso siempre tendrá al conocimiento como variable indispensable. En el espejo de estas travesías, la pregunta para México es ineludible: ¿está la "Nueva Escuela Mexicana" realmente diseñada para forjar el capital humano que el país necesita para reclamar su lugar en el siglo XXI? La respuesta definirá su futuro.
*****El Dr. Castro fue consejero externo para el Gobierno Mexicano y presidente de la comisión de asuntos fronterizos del Instituto de los Mexicanos en el Exterior (IME). Ha sido catedrático, decano y vicerrector para desarrollo internacional en Pima College de Tucsón, Arizona.*****
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