Por: Eduardo Sánchez
Las lluvias comenzaron antes de tiempo y eso llenó de alegría a Ramón, pues en unos días más se iría de vacaciones a su casita de descanso en la sierra. Una casita muy bonita que le había heredado su tía Gertrudis un par de años atrás. Estaba muy contento pues sabía que con el agua que había estado cayendo, el clima iba a estar más agradable, los cerros más verdes y los riachuelos correrían de nuevo. Más no podía pedir, sobre todo porque por fin había convencido a su esposa, doña Loreto, para que lo acompañara…”anda, vieja, ven conmigo al monte que necesitaré tu ayuda para terminar de arreglar la casa, pero sobre todo para no estar solo; sirve para que celebremos bajo las estrellas nuestro aniversario de bodas”—la animó.Está bien, dijo doña Loreto, yo te voy a ayudar a arreglar la casa para cuando vayan nuestros hijos con los nietos y para que comas sabroso... Ahí tengo un dinerito que he guardado y lo podemos usar para comprar el material y todo lo que se necesite, agregó.
Doña Loreto y Ramón salieron de su casa en su vieja camioneta, pero llegaron al banco antes de agarrar carretera, y él retiró una buena parte de lo que le habían dado de su pensión, para en el camino llegar a Yécora y comprar material, herramientas, comida y bebidas para los diez días que estarían en su casita de la sierra. Entre los dos traían más de 60 mil pesos en efectivo para lo que se ofreciera. Don Ramón había planeado sorprenderla con un juego de anillo, aretes y cadena de oro blanco con zafiros, que era su piedra favorita, para lo que había ahorrado durante años. Ella le había comprado dos ajuares, un sombreo y unas botas vaqueras de piel de víbora, que llevaba en tres cajas diferentes.
Era el lunes en la mañana; el día estaba nublado. Según sus cálculos llegarían a la una de la tarde a su destino. De pronto comenzó a llover muy fuerte y Ramón aminoró la velocidad. Casi no se veía nada. Cuando menos pensó, en una curva, apareció de frente un camión de carga que lo hizo perder el control y la camioneta derrapó unos metros hasta salirse de la carretera, para ir a parar al fondo de un barranco. Durante varios días no se supo nada de ellos. Sus hijos y familiares salieron a buscarlos hasta que los encontraron. De la camioneta apenas salían las llantas, pues estaba bocarriba en el agua. Se cree que los dos murieron de manera instantánea, pues el techo estaba totalmente hundido y ambos presentaban golpes en la cabeza y terminaron ahogados. El dinero y los regalos nunca se encontraron, lo mismo que sus identificaciones, como si alguien o el río se los hubiera llevado. Ahí estaban doña Loreto y Ramón, juntos, al fondo de un barranco, sin que la muerte hubiera podido separarlos.