Este patrimonio cultural no es solo un testimonio físico del pasado; también es una expresión colectiva de identidad, memoria e historia compartida
Por: Alejandro Duarte Aguilar
Ya en otra participación en este espacio, se ha hecho referencia a la importancia del patrimonio cultural edificado en tanto representación de diversas cualidades de una comunidad a través del tiempo. Sin embargo, debido a la polémica generada en redes ante la potencial pérdida de uno de los más caros ejemplos de la arquitectura del siglo XX hermosillense, sea pertinente volver sobre el asunto.
Insístase en que el patrimonio cultural edificado no es solo un testimonio físico del pasado; también constituye una expresión colectiva de identidad, memoria e historia compartida. Cuando un edificio de valor patrimonial desaparece, se produce un fenómeno que identificado como expropiación de la memoria. Este término describe el despojo simbólico que sufre una comunidad al perder un referente material que conecta a las personas con su historia, sus raíces y su sentido de pertenencia.
¿Cuáles son algunos de los argumentos en juego en situaciones de riesgo patrimonial? En términos generales se pueden apuntar:
· Normativos: Las legislaciones de preservación del patrimonio suelen establecer criterios para la protección de edificaciones significativas por su valor histórico, arquitectónico o cultural. Sin embargo, estas normativas pueden ser ambiguas o carecer de recursos para su aplicación efectiva. Un vacío legal, o la interpretación discrecional de las leyes, puede facilitar la autorización de demoliciones bajo pretextos como la obsolescencia funcional o la seguridad estructural.
· Económicos: Los propietarios o desarrolladores argumentan que la conservación de un edificio patrimonial puede ser económicamente inviable. La rehabilitación, mantenimiento o adaptación de estos inmuebles suele ser más costosa que su demolición y sustitución por construcciones nuevas, que además prometen mayor rentabilidad. Este enfoque suele privilegiar el valor de mercado sobre el valor cultural.
· Socioculturales: Los defensores del patrimonio enfatizan que los edificios históricos son sino portadores de memoria colectiva; derribarlos no solo borra una parte tangible del pasado, sino que debilita los vínculos identitarios de la comunidad. Sin embargo, las opiniones dentro de las mismas comunidades pueden estar divididas; algunas personas pueden considerar que el progreso económico justifica el sacrificio patrimonial.
Si los anteriores no encuentran puntos de acuerdo y un edificio patrimonial desaparece, las afectaciones van más allá de lo tangible. Desde una perspectiva psicológica e identitaria, las comunidades enfrentan una serie de pérdidas significativas:
· Pérdida de sentido de pertenencia: Los edificios históricos son hitos que anclan a las personas en un lugar y en una narrativa colectiva. Su desaparición puede generar sentimientos de desorientación y desconexión.
· Fragmentación de la memoria colectiva: Un edificio patrimonial suele ser un contenedor de historias, símbolos y tradiciones. Su demolición borra físicamente un capítulo del pasado, dificultando la transmisión intergeneracional de esas narrativas.
· Impacto en la identidad comunitaria: La desaparición de un edificio emblemático puede debilitar la identidad colectiva, especialmente en comunidades que ya enfrentan presiones externas, como la gentrificación o la urbanización acelerada.
· Sentimiento de impotencia y frustración: En muchos casos, las comunidades se sienten excluidas de los procesos de toma de decisiones, lo que genera un malestar profundo y la percepción de que sus intereses no son prioritarios frente a los intereses económicos.
Es innegable que las ciudades y las comunidades necesitan adaptarse a los cambios sociales, económicos y tecnológicos. Sin embargo, el progreso no debe ser sinónimo de borrado. Encontrar un equilibrio entre el desarrollo y la conservación del patrimonio es un reto complejo, pero no imposible.
La rehabilitación adaptativa y el reúso, por ejemplo, son estrategias que permiten combinar la preservación de elementos arquitectónicos y simbólicos clave con nuevas funciones que respondan a las necesidades contemporáneas, abonando a la muy necesaria adopción de criterios de sustentabilidad en los entornos urbanos. Asimismo, la participación activa de la comunidad en los procesos de planeación urbana y conservación puede generar soluciones inclusivas que respeten tanto el pasado como el futuro.
La demolición de un edificio patrimonial no solo transforma el paisaje urbano, sino también el tejido social e identitario de quienes lo habitan. La expropiación de la memoria que se produce en estos casos plantea preguntas fundamentales sobre las prioridades colectivas: ¿qué valoramos más como sociedad? ¿Qué estamos dispuestos a perder en nombre del progreso?
Reconocer que la memoria edificada es un recurso no renovable nos obliga a reflexionar sobre la responsabilidad compartida de protegerla. Preservar el patrimonio no es una mera cuestión estética o romántica; es un acto de justicia cultural y una inversión en la resiliencia identitaria de las comunidades. Después de todo, los edificios patrimoniales no solo nos recuerdan de dónde venimos; también nos ayudan a imaginar hacia dónde se quiere ir. La modernización posrevolucionaria, en discurso y obra, acabó prácticamente con la arquitectura del siglo XIX, sobreviviendo apenas en contados ejemplos en el primer cuadro de la ciudad ¿Están dispuestas las autoridades y la comunidad a perder también el legado del siglo XX?
Profesor-investigador titular del Departamento de Arquitectura y Diseño de la Universidad de Sonora, campus Hermosillo. Egresado de la maestría de El Colegio de Sonora.