Por: Jesús Carvajal Moncada
Hace más de 14 años, una maestra de danza clásica, de la ciudad de La Habana, Cuba, estuvo en Ciudad Obregón para impartir talleres y conferencias en el Instituto Tecnológico de Sonora. Tiempo antes, un docente de la danza folklórica de esta ciudad había visitado su país y a conoció allá. La maestra le comentó su deseo de salir de su nación y buscar nuevas experiencias, tanto con fines de aprendizaje, como para dar a conocer su trabajo.
Fue así que se me solicitó ser un contacto para hacer los trámites ante dicha institución educativa, en la cual me encontraba laborando, Una vez hecho el contacto telefónico con ella, inicié con las acciones correspondientes para contar con su presencia entre nosotros. En el contexto local, los trámites no fueron difíciles. La universidad mostró siempre mucho interés en la presencia de la maestra y bailarina. Las dificultades se presentaron en el país caribeño. Formatos, documentos, entrevistas, más citas de las esperadas, retrasaron su presencia en nuestra ciudad, pero finalmente se pudo concretar.
Recuerdo lo anterior a partir de las protestas que tuvieron lugar en Cuba, que generaron diversos comentarios en los medios, con una serie de posturas encontradas. Por una parte, quienes hablan de una resistencia de una nación al bloqueo, o, mejor dicho, a un embargo económico, y por otra, los señalamientos que justifican un descontento en la población, a raíz de la falta de libertades de los habitantes, dominados por una dictadura de más de 62 años.
La maestra comentaba que la preparación profesional que siguen las personas aspirantes a ejecutantes de danza clásica, mujeres y hombres, misma característica para prácticamente cualquier otra profesión, son de un gran nivel, pero no corresponde el pago que reciben ya como trabajadores. Aparte de esto, las posibilidades de escalar puestos laborales, de hacer un currículo que permita mejores ganancias monetarias, son mínimas.
Los estudiantes que convivieron con ella le preguntaban por qué no habían tenido cambios políticos y económicos en la isla. La maestra no tenía una respuesta precisa, o tal vez no quiso comentar más, pero afirmó que la población se había acostumbrado a una dinámica de vida, y aun con carencias, parecían no saber cómo organizarse para provocar un cambio social.
En ese entonces, 2006, le hice una entrevista para Quehacer Cultural, suplemento dominical de Diario del Yaqui, donde se habló de danza y aspectos culturales, principalmente, y por supuesto, de su experiencia en Cajeme.
Anilce, su nombre, finalmente regresó a La Habana. A la persona con la que se hospedó le compartió que no quería regresarse. Años después, supe que se encontraba en Ecuador trabajando para una compañía de danza de aquella localidad. Posterior a esto, consiguió viajar a Nueva York, en los Estados Unidos, donde dijo sentirse muy a gusto y decidida a radicar en esa ciudad. Su historia es similar a la de otros profesionales de su país que han laborado en alguna institución local. Unos se han regresado, mientras otros se han quedado entre nosotros. Dejaron su país, cultura y familia, por un mayor desarrollo profesional y personal en general. Quienes optaron por el regreso y me tocó conocer, el salir de su país fue una grata experiencia.
Puedo estar en desacuerdo con embargos e intromisiones en la vida de otros pueblos, pero también con las restricciones a la libertad. El ser humano requiere de capacidad de desplazamiento, de tomar decisiones sobre su forma de vida, siempre y cuando no atente contra los derechos de los demás; también, debe buscar el ámbito laboral más conveniente a sus intereses. Anilce es recordada en Ciudad Obregón, estoy seguro que ella extraña su nación, pero tuvo la oportunidad de decidir dónde quería estar y la aprovechó.