El siglo del declive y sus cinco jinetes demográficos

"La temida 'Japonificación' no es una excepción histórica, sino el destino inercial de la mayoría de las economías avanzadas"

Por: Ricardo Castro Salazar

La obsesión apocalíptica del siglo XX fue la superpoblación, el pánico maltusiano al colapso terrestre bajo el peso del número. Hoy, la sombra demográfica es más sutil, pero letal: el reto ha mutado de la cantidad a la desigual distribución de edad y riqueza, una tensión estructural que fractura el contrato social y el orden global. El Siglo del Declive no se anuncia con la explosión natal, sino con el desmantelamiento lento de estructuras edificadas sobre una aritmética caduca. Este colapso se manifiesta en cinco jinetes estructurales: 1) la implosión de los sistemas de bienestar; 2) la fuga de cerebros que anula el dividendo demográfico; 3) el estancamiento económico de las sociedades senescentes; 4) la brecha generacional que desata la inestabilidad geopolítica; y 5) la vulnerabilidad climática y social de las megaciudades de crecimiento hiperbólico.

El primer y más íntimo de los desafíos es la implosión estructural de los sistemas de bienestar. El modelo de pensiones de reparto (pay-as-you-go), concebido tras la posguerra para una base demográfica amplia, es hoy un castillo de naipes. Con la longevidad disparada y la fecundidad desplomándose –la tasa promedio de fertilidad en la Unión Europea es de 1.5, muy por debajo del 2.1 de reemplazo—, la proporción entre jubilados y contribuyentes se ha invertido. Japón, donde el 29% de la población supera los 65 años, no es una anomalía, sino el laboratorio del futuro para naciones como España, Italia o Alemania. Este fenómeno no sólo dispara el costo sanitario y previsional, sino que erosiona la fe en el Estado, forzando recortes o endeudamientos que, en esencia, hipotecan el futuro de los jóvenes para pagar el pasado de los viejos.

Mientras el Norte envejece, el África subsahariana y el Sudeste asiático ostentan una protuberancia juvenil que debería ser un dividendo demográfico histórico. No obstante, la migración opera como un sistema de drenaje de capital humano, más que un escape natural. Las economías avanzadas, desesperadas por cubrir su escasez de talento, atraen a los jóvenes más educados y productivos. La sangría de profesionistas mexicanos hacia Estados Unidos es un ejemplo nítido: las naciones de origen sufragan una inversión irrecuperable en educación, socavando su capacidad para un futuro sólido. El FMI es categórico: esta fuga no sólo frena el crecimiento del sur, sino que solidifica su dependencia estructural respecto al Norte. La riqueza de los jóvenes se exporta.

El envejecimiento poblacional augura el estancamiento económico, una sombra que se cierne con dramatismo sobre China, cuyo milagro dependió intrínsecamente de su población joven. Las sociedades más longevas cultivan la aversión al riesgo: el consumo se constriñe a lo ineludible (sanidad, vivienda) y la inversión en startups se modera. La temida "Japonificación" —un ciclo prolongado de bajo crecimiento y deflación— no es una excepción, sino el destino inercial de la mayoría de las economías avanzadas. La propia Reserva Federal ha documentado cómo las poblaciones más viejas exhiben una menor movilidad laboral y una resistencia intrínseca a la adopción de tecnologías disruptivas, deprimiendo crónicamente la productividad.

Esta divergencia demográfica cristaliza una brecha geopolítica explosiva: el Viejo Mundo que sufre la escasez laboral frente al Mundo Joven agobiado por el desempleo masivo. Esta disparidad extrema de expectativas y oportunidades es el motor de la inestabilidad global. En regiones como el Oriente Medio o el Sahel, una juventud sin horizonte económico es el caldo de cultivo perfecto para el extremismo y el caos social, como demostraron las Primaveras Árabes. Este desequilibrio no sólo genera terrorismo, sino que ejerce una presión migratoria insostenible sobre las fronteras, transformando un potencial dinamismo en una crisis crónica de gobernabilidad global.

El último jinete es la urbanización galopante en Asia y África, que concentra la presión demográfica en megaciudades de vulnerabilidad extrema. Urbes como Lagos, Kinshasa o Bombay, con poblaciones densísimas y un déficit crónico de infraestructura básica (agua, saneamiento, movilidad), son epicentros de riesgo. No solo están expuestas a futuras pandemias, sino que su ubicación costera o en zonas de riesgo las convierte en blancos perfectos del colapso climático. La interrupción del suministro hídrico o el colapso de la red de transporte en estas metrópolis podría desatar una crisis humanitaria y económica de proporciones planetarias, superando la capacidad de respuesta internacional.

Los desafíos demográficos del Siglo del Declive no se resuelven en el cuánto, sino en el cuándo, dónde y con qué recursos se envejece o se nace. La inversión de la pirámide y el drenaje de talento entre hemisferios revelan una verdad brutal: el sistema global, cimentado en un crecimiento constante y lineal, se enfrenta a una recesión estructural donde los más productivos migran o se estancan, y los mayores agotan las arcas. La verdadera tragedia, a diferencia del Apocalipsis, no es la hecatombe, sino la parálisis: el lento descenso hacia una era de crecimiento anémico, fragilidad social y crónica inestabilidad geopolítica. El contrato social global está roto: la generación joven no puede sostener a la mayor, y el Sur no puede retener a sus mentes. ¿Quién, entonces, financiará el futuro?

El Dr. Castro fue consejero externo para el Gobierno Mexicano y presidente de la comisión de asuntos fronterizos del Instituto de los Mexicanos en el Exterior (IME). Ha sido catedrático, decano y vicerrector para desarrollo internacional en Pima College de Tucson, Arizona.

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