El privilegio de ser mexicano. La lucha de ser mexicana

En la “fiesta nacional” se actividades tradicionales que se replican en la nación, como símbolo de unidad, de pertenencia y de orgullo

Por: Jackeline Duarte Durazo

Como todos los años, en septiembre, el país entero celebra el aniversario de la revolución de independencia de 1810. En la llamada “fiesta nacional” se realizan una serie de actividades tradicionales que, desde el gobierno nacional hasta las gubernaturas estatales, se replican alrededor de la nación, como un símbolo de unidad, de pertenencia, pero sobre todo de orgullo por el accionar de los que hoy llamamos héroes y heroínas de la independencia. Y, entre estas actividades, destaca la que conocemos como “El grito de independencia”, una actividad en la que, a través del discurso, los líderes estatales y nacionales, hacen un recuento de las figuras representativas de la independencia, a la vez que las vitorean y agregan a distinguidas figuras o agrupaciones nacionales contemporáneas a la aclamación.

En años recientes, ha habido un ligero, pero significativo, cambio en el discurso, se ha mencionado a las mujeres, a las mexicanas, diferenciándolas de su contraparte masculina. Un cambio que, aunque en apariencia insignificante, provocó una ola de críticas ante lo que muchos consideran una acción innecesaria:

“¡Viva la independencia!

¡Viva Miguel Hidalgo y Costilla!

¡Viva Ignacio Allende!

¡Viva Leona Vicario!

[…]

¡Vivan todas y todos los mexicanos!”

Otra significativa ofensa es que el “todas” casi siempre es utilizado antes que el “todos”, una reforma lingüística que muchos -e incluso muchas- consideran producto de una “queja exagerada”, puesto que el lenguaje es neutral y en la “o” las mujeres, las mexicanas, ya van incluidas. “Una exageración”, “un capricho”, suele leerse comúnmente en redes sociales y, a veces, ser pronunciadas por figuras políticas.

Ante opiniones tan seguras de su lógica, siempre me vienen a la mente dos sucesos cuyo desenlace habría sido radicalmente distinto si la “a” hubiera sido considerada importante de agregar en la redacción o pronunciación. El primero, se relaciona con el acceso al sufragio, planteado en la Constitución de 1917, en particular, cuando se mencionó a quienes se les otorgaría este derecho:

“El Gobierno de mi cargo considera, por tanto, que sería impolítico e inoportuno en estos momentos […] restringir el sufragio, exigiendo para otorgarlo la única condición que racionalmente puede pedirse, la cual es que todos los ciudadanos tengan…”

Esta interpretación del lenguaje proporcionó, durante décadas, uno de los mayores obstáculos para el reconocimiento político femenino; ¿la razón? que en la constitución no se menciona explícitamente a las mujeres como ciudadanas del país y, por lo tanto, su exclusión quedó implícita tanto en el pensamiento colectivo como en el ejercicio político. El uso de la “o” como lenguaje neutral se generalizó entre los miembros de la sociedad y, por “practicidad” política, ocasionó que sus voces se diluyeran entre las de la población masculina. Significó que su importancia, dentro del imaginario nacionalista, no tuvo resonancia para darles un estatus propio. De esa forma las mujeres, muchas involucradas en la lucha armada, fueron invisibilizadas para poder formar parte en la toma de decisiones sobre el devenir del país.

El otro suceso se ubica en los eventos de la campaña antichina en Sonora, a mediados de la década de 1920.  En 1925, la maestra y activista antichina Emélida Carrillo, dirigió una carta al Congreso del Estado de Sonora exigiendo el acceso al sufragio para las mujeres:

“Queremos el derecho a votar y ser votadas lo mismo que tienen los hombres a los 21 años en adelante. […] ¿Qué acaso no tenemos alma, inteligencia, para que se nos trate lo mismo que a los animales? ¿O acaso espera usted que demos un cuartelazo y nos levantemos en armas como parece ser la costumbre mexicana? Queremos que el sufragio femenino sea lo primero que se discuta cuando se abran las sesiones del Congreso […].”

Una exigencia que encontró una respuesta insatisfactoria, por parte del Congreso del Estado, quien, a través de la Comisión de Gobernación, negó su petición, al considerarla innecesaria e inconveniente:

“[…] dígase a la Señorita Emélida Carrillo, domiciliada en la Calle Hidalgo, Número 105, de Nogales, Sonora, en contestación a su atento memorial, fecha 11 de marzo último, que esta Cámara no considera conveniente conceder el derecho a votar en las elecciones a la mujer sonorense […]”

Una respuesta esperada, ciertamente, pero que aun así causa sorpresa puesto que, mientras Carrillo dirigía sus esfuerzos a obtener el acceso al voto femenino, ciudadanos de origen chino -en ese momento perseguidos y atacados por agrupaciones racistas y antichinas- acudían a las urnas de votación puesto que, incluso como “extranjero indeseado”, el estatus y reconocimiento, que su sexo masculino les proporcionó, fue suficiente para acceder a un derecho que a las mujeres mexicanas les tomaría décadas de lucha conquistar.

Es decir, ante el lenguaje “neutral” al mencionar ciudadanos, no “ciudadanas y ciudadanos”, durante la redacción de quienes eran considerados tales para otorgar el acceso al voto provocó que, en años posteriores, incluso extranjeros -política y socialmente- perseguidos, tuvieran un estatus superior al de las mujeres nacidas en el país. Todo porque se consideró una cuestión de “practicidad” el no mencionarlas.

Sucesos que acontecieron entre los más de 30 años de lucha femenina, por el reconocimiento político y el acceso al voto, décadas que, si tan solo se hubiera agregado una “a”, habrían sido innecesarias. Así que, cuando leo o escucho a personas quejarse de la “inclusión forzada”, ante la exageración por “nombrar todo”, recuerdo estos dos acontecimientos que, gracias a la inexistencia del “las” “ellas” “ciudadanas”, justificaron la exclusión política de las mujeres, por décadas. Así que si, “¡Arriba TODAS y todos los mexicanos!”, que este es un triunfo cimentado en décadas y décadas de lucha.