Me son ajenos los abundantes chistes -yo mismo he contado muchos- que sobre las suegras se hacen, y las profusas muestras del folclor acerca de ellas
Por: Armando Fuentes (Catón)
El Papa Francisco tiene esposa. Quizá soy el primer periodista que da a conocer ese hecho, el cual seguramente a muchos sobresaltará. Su sobresalto, empero, será injustificado. "Esposa" es el nombre del anillo que usan los obispos, y el Pontífice lo es, de Roma.
En épocas pasadas era obligatorio que el tal anillo fuera de amatista, pues esa piedra, de color morado, servía como recordatorio de la pasión de Cristo. El Concilio Vaticano Segundo suprimió tal exigencia. El Santo Padre -así decía siempre mi catolicísimo tío Refugio al referirse al Papa- tiene esposa, pues, pero no suegra.
Yo tampoco la tuve. En la mamá de mi señora hallé una segunda madre que se alegraba con mis dichas y me consolaba en mis pesares. No he conocido fe tan grande como la de ella, ni abandono tan completo a la voluntad de Dios.
"Lo único que le pido al Señor -solía decir- es que me permita entregar a mis hijos al sacramento que más les convenga". A dos, de cuatro que tuvo, los entregó al sacramento que entonces se llamaba de la extremaunción. Murieron en plena juventud. Siempre he creído que la oración más perfecta del cristiano es: "Hágase, Señor, tu voluntad".
Me son ajenos, entonces, los abundantes chistes -yo mismo he contado muchos- que sobre las suegras se hacen, y las profusas muestras del folclor acerca de ellas. "Aguja de amortajar suegras", se llama a una de gran tamaño, y fuerte.
En el desierto de Coahuila una biznaga de medio metro de alto, plana y con espinas enormes y agudísimas en su parte superior es conocida con el nombre de "asiento de suegra". Un refrán popular dice: "Suegras, nueras y cuñadas juntas, ni difuntas". Hay quienes, al hablar de la política, la tachan de infame oficio que echa a perder hasta lo más sagrado.
"¿Qué hay más sagrado -preguntan- que una madre? Pues júntala con la política y ¿qué resulta? Una madre política; una suegra". Ciertamente hay suegras que justifican la mala fama que las suegras tienen, pero yo pienso que la inmensa mayoría de ellas son mujeres que contribuyen al bien de la familia de su hija o hijo casados, y dan su apoyo cuando se necesita.
Un excelente consejo recibí de doña Eva Gonda de Garza Lagüera, gentilísima dama que a su belleza exterior e interior añade una prudencia excepcional y un sabio sentido de la vida. Cuando le entregué la invitación para la boda de mi hija me dijo estas palabras: "Recuerde siempre: los suegros, bolsa abierta y pico cerrado".
Junto con el Papa -con el Santo Padre- rindo homenaje a las suegras que son factor de unión en su familia, que contribuyen a la concordia y armonía entre los suyos y que sin perder su libertad personal ni sacrificar el descanso a que ya tienen derecho están dispuestas siempre a ayudar y dar su apoyo a sus hijas e hijos, a sus nietas y nietos. Ah, y también a sus nueras y sus yernos.
Dos amigos se encontraron en el aeropuerto. Uno le preguntó al otro: "¿Qué te trae por aquí? ¿Negocios o placer?". "Placer -respondió el otro-. Vine a dejar a mi suegra, que vuela de regreso a su casa después de haber estado tres meses en la nuestra".
Una señora llegó al laboratorio de la Facultad de Ciencias Químicas. Llevaba consigo un pastel. Le pidió a la encargada: "Quiero que analicen este pastel y vean si no contiene alguna sustancia venenosa. Es un regalo de mi yerno". "Es usted una mentirosa". Esas duras palabras le espetóCapronio, individuo ruin y desconsiderado, a su señora suegra. "¿Por qué me dice eso?" -se azaró ella.
Explicó el majadero: "Me dijo que si alguna vez tenía yo una atención con usted se caería muerta por la sorpresa. Le acabo de dar ese ramo de flores y no se cayó". FIN.