No logro discernir qué dicha puede haber en tener a un colaborador como Gatell, cuya única habilidad es disfrazar con palabrería sus insuficiencias
Por: Armando Fuentes (Catón)
Doña Moneta, sexagenaria dinerosa, se divorció de su provecto cónyuge para casarse con un hombre 30 años menor que ella. Le dijo a su marido: "Seguramente tendré con él los mismos pleitos que contigo, pero él tiene todavía con qué reconciliarnos". "Hola, mi amor -dijo el señor en el teléfono-. Hoy llegaré a la casa más temprano. Espérame con un vaso de tinto; ponte el negligé negro que te compré hace poco, el brassiére de media copa, la pantaletita roja, las medias de malla, los zapatos de tacón aguja, y prepárate a hacerme lo que tanto me gusta que me hagas. Y ahora, por favor, mi vida, pásame a mi esposa". Al terminar la cena don Algón, salaz ejecutivo, le sugirió a su bella acompañante: "¿Qué te parece, linda, si en seguida disfrutamos de un expreso?". "Está bien -accedió la chica-. Lo haré lo más rápidamente que pueda". Los nombres se me escapan como pájaros que huyen de la jaula. Por eso no recuerdo cómo se llamaba el antiguo poeta que improvisó una décima para afear la conducta de un irreflexivo mozalbete que en tertulia de escritores se jactó de haber besado a una doncella conocida de todos. He aquí ese galano reproche: "Dicha que es dicha no es dicha. / Dicha si fuese callada. / ¿No bastaba ser gozada, / sino ser gozada y dicha? / Ah, qué tremenda desdicha / es la de los hombres sabios / que convierten en agravios / los favores, y es gran mengua / tenga desdichada lengua / quien tuvo dichosos labios". Ciertamente la palabra "dicha", entendida como felicidad, no pertenece al lenguaje incoloro, inodoro e insípido de la política, sino más bien al de la poesía.
FIN.