Tomen mis cuatro lectores como ejemplo el caso del Grito que en la noche del 15 de septiembre
Por: Armando Fuentes (Catón)
Babalucas tenía una hermana, Bobilia, de pocas entendederas como él, y además ignorante por completo de las cosas de la vida, pero de atractivas prendas físicas, dueña de la herencia que sus padres le dejaron, y por lo tanto rica en dinero. Ya sabemos que el dinero no compra la felicidad, pero sirve para conseguir momentos que se le parecen mucho. Así, guapetona y con cuantiosos haberes, Bobilia no tardó en hallar marido en la persona de un sujeto de nombre Pilingo, que se valió de medios no muy lícitos para lograr que la muchacha accediera a desposarlo. El matrimonio duró poco. El tal Pilingo resultó ser un mal proveedor, pues no proveía nada, y a más de borracho era holgazán, y gustaba de las faldas. Obra de Dios que no conoció a algún escocés, pues se hubiera metido en un lío por el carácter pendenciero que tienen los de esa antigua nacionalidad. Que no les agarren la gaita porque se arma la pelotera. Tan mal esposo salió el multicitado Pilingo que Bobilia se decidió a divorciarse de él, y presentó la correspondiente demanda ante el juez de lo familiar. Le preguntó éste: "¿Por qué quiere usted divorciarse de su marido?". Respondió la cándida esposa: "Porque me engañó para que me casara con él". Quiso saber el juzgador: "¿En qué forma la engañó?". "Explicó Bobilia:" Me dijo que estaba embarazado, y no era cierto". No me gustan algunos protocolos. Suelen ser muy protocolarios. Reconozco, sin embargo, que a veces son indispensables. Tomen mis cuatro lectores como ejemplo el caso del Grito que en la noche del 15 de septiembre se da en todas las poblaciones de nuestro país, desde la capital de la República hasta el más apartado lugarejo cuyo nombre ni siquiera en los mapas figura. Antes el tal Grito estaba sujeto a una fórmula solemne de la cual ni siquiera el presidente de la República se apartaba. Luego las cosas empezaron a cambiar, y ahora cada quisque -vale decir cada fulano o fulana- pega el Grito conforme se le da la gana, añadiendo al tema infinitas variaciones según sea su ideología o su interés. Eso de gritar: "¡Viva el amor al prójimo!" raya en lo risible, pues a más de mezclar lo moral con lo oficial tiene un cierto tufo religioso y una buena dosis de cursilería. No faltó algún cónsul o alguna consulesa lambiachi -así se dice en el Potrero para evitar el uso del duro adjetivo "lambiscón"- que a los nombres de Hidalgo, Morelos, Allende, la Corregidora y demás héroes que nos dieron Patria añadió el de López Obrador, lo cual fue causa de protestas y abucheos. Propongo entonces que el Congreso elabore un artículo de ley con rango constitucional en el cual se establezca de una vez por todas la fórmula solemne a que deberán sujetarse todos los que den el Grito. De otra manera al rato no faltará quien grite vivas a Lenin o a San Culandro Mártir, el patrono del pueblo, según sea su orientación política o su fe. Definamos para no discutir. Naufragó el barco, y dos marinos llegaron a una isla desierta. Varios meses llevaban ya ahí aburriéndose soberanamente, sobre todo los domingos en la tarde. A fin de pasar un poco el tiempo inventaron un juego: uno de ellos describiría a un personaje y el otro debería adivinar quién era. El primero hizo la descripción de una actriz cinematográfica de moda: "Soy alta y esbelta, de tez morena, ojos verdes y larga cabellera bruna. Mis labios son sensuales. Tengo cuello de gacela; enhiesto busto, cintura juncal, caderas prominentes, anchos muslos y torneadas piernas que me dan un aspecto sensual y voluptuoso. ¿Quién soy?". Respondió el otro respirando con agitación: "¡No me importa quién chingaos seas! ¡Bésame!". FIN.