El Gigante Asiático sostiene un despliegue internacional, procurando además de acuerdos comerciales, inclinación a la transferencia de bienes
Por: Alberto Vizcarra Ozuna
En atención al darwinismo social y a las nociones hobbesianas (Thomas Hobbes 1588-1679), la humanidad parecería condenada a padecer siempre estructuras imperiales y estar a la espera de encontrar oportunidades dentro de un mundo confrontado por intereses opuestos y en permanente conflicto. Tal visión se desprende del concepto positivista del hombre, aquel que le adjudica una naturaleza sustantivamente mala y accidentalmente buena. La elite intelectual que durante la última década ha conducido a la economía China a consolidar un indiscutible liderazgo mundial, no parece adherirse a esos axiomas en los que se sustenta la geopolítica occidental.
El portentoso crecimiento de la economía China y el gran saldo positivo en el ámbito social -pues han sacado de la pobreza a más de 850 millones de habitantes en dos décadas- le ha proporcionado a la nación-continente, la energía libre para invitar a otras naciones a ser partícipes de sus éxitos económicos. China tiene también metas mundiales: se propone acabar con el hambre en el planeta para el 2050. La extendida subcultura de que alguien tiene que perder para que otro gane, despierta la desconfianza sobre las “intenciones” que podría estar ocultando China tras los buenos propósitos planteados en las alianzas económicas y comerciales con otros países.
China sostiene un consistente despliegue internacional, procurando no solo acuerdos comerciales con otras naciones, sino una marcada inclinación a la transferencia de bienes de capital y tecnología soportado en fuertes inversiones en infraestructura económica básica, relacionadas con el transporte, puertos, generación de energía y gestión de agua. Lo están haciendo en diferentes partes del mundo, pero tienen preferencia por el continente más olvidado y saqueado por el colonialismo occidental: África.
Tan solo el año pasado, el intercambio comercial, resultado de la vigorosa política de inversión Chino-Africana, alcanzó los 254 mil millones de dólares, mientras que Estado Unidos apenas llegó a los 64 mil millones de dólares. Las raquíticas inversiones norteamericanas en África, no hacen desmerecer sus ímpetus de control sobre el devastado continente. Al menor incidente o discrepancia diplomática, imponen el castigo y las sanciones. Al inicio de la cumbre africana en esta semana, el Departamento del Tesoro, en lugar de anunciar inversiones, dio a conocer un conjunto de sanciones contra Zimbawe, para moldearlo de acuerdo a sus gustos de organización política y social.
Nominalmente China se autodefine como una nación socialista, un socialismo al que tipifican con característica propia. Algo que se arraiga más en el sustrato cultural que en la ortodoxia marxista. Más que promotor del marxismo, el liderazgo chino difunde intensamente el pensamiento universal de Confucio. Durante el mandato del presidente Xi Jinping, se han fortalecido y extendido los Institutos Confucio en la mayoría de los países del mundo, para hacer de su pensamiento el punto de encuentro con las diferentes culturas.
Confucio (551 a.C-479 a. C), es sin duda el filósofo y educador más influyente de la historia China. Fue el primero en fundar una escuela en el que todos los estratos sociales, no solo los nobles, tenían acceso a la educación. Sostuvo el principio de que “donde hay educación para todos, no hay distinción de clases”. Esto marcó la ética dominante en China hasta comienzos del Siglo XX y su influencia sigue siendo muy perceptible hasta nuestros días.
La doctrina confuciana alberga un principio de resonancia con todas aquellas culturas y religiones que contienen una pulsación y desdoblamiento hacia la universalidad, como es el caso del cristianismo, la tradición Védica del Hinduismo, el islamismo y el judaísmo. Quienes por rutas distintas terminan confluyendo en valores fundamentales: el amor al prójimo, la caridad y la justicia. Lo que hace necesario e imprescindible la existencia del Estado y la soberanía nacional como responsable principal de la protección y realización de esos valores en las naciones y en el mundo.
Existen puntos de encuentro universales entre las distintas culturas, contrario a la inducción imperialista que procura y alienta un “choque de civilizaciones”. En los albores del fin de la Segunda Guerra Mundial, advertida la derrota del fascismo en Europa, Franklin D. Roosevelt, estando en Marruecos y frente a Churchill, identificó el momento como la oportunidad para ponerle fin a la era del colonialismo, señalado como el causante de todo mal y de las guerras. En los episodios de mayor oscuridad sufridos por la humanidad, siempre aparece la oportunidad de un renacimiento. La ocasión presente no es la excepción. No puede haber un momento más oscuro que la amenaza de una guerra nuclear y eso es lo que está en ciernes como consecuencia de los afanes unipolaristas encaminados con la sobre extensión de la OTAN hacia los países del este que ha propiciado el conflicto militar entre Rusia y Ucrania.
Aunque parezca arriesgado decirlo, el despliegue internacional de China podría estar tendiendo un puente y creando la oportunidad para que el mundo y la humanidad se deshagan de una vez y para siempre de las políticas imperiales junto a todos los lastres de colonialismo aún prevalecientes. Distinto a la profecía pueril del “fin de la historia y la llegada del pensamiento único”, elaborada por Francis Fukuyama (1992) a instancias del Consenso de Washington, hay elementos para pensar en el fin de las eras imperiales.
Ciudad Obregón, Sonora 14 de diciembre de 2022