Por: Eduardo Sánchez
Lic. Andrea Portillo Jaramillo (Psicóloga CAPPYDI)Portazos, insultos, gritos, patadas en la puerta, puñetazos a la pared, mutismos… Son solo algunas acciones comunes que realizan los adolescentes cuando están en pleno estallido de rabia, porque inclusive, hay algunas peores. Comportamientos que si se dan con cierta frecuencia, es lógico que angustian mucho a los padres, y es claro que ponen a prueba la paciencia y el aguante de cualquiera.
En estas situaciones es importante comprender que todos esos ataques de agresividad son manifestaciones de rabia. Rabia del adolescente por sentirse mal, rabia por no saber qué es lo que le pasa, rabia por sentirse solo, rabia por sus problemas de autoestima, rabia por sentir que nadie lo comprende y porque tampoco sabe cómo explicarlo ni como expresarlo… Y todo esto, muchas veces, el adolescente no es consciente.
Imaginemos lo difícil y lo frustrante que se ha de sentir no poder poner en palabras lo que sentimos, lo que nos sucede, emociones que queremos sean escuchadas para sentir un poco de comprensión, pero esto no siempre es así, por lo tanto, es frecuente que lo expresen con este tipo de actos, situaciones que se vuelve hasta violentas.
Es importante aspirar a empatizar con ellos, intentar ponerse en su piel. A muchos adolescentes les sucede que sufren por tantas cosas y sienten rabia, no les gusta su cuerpo, como les luce la ropa, como les queda el cabello, se sienten marginados en la escuela y es real que se sienten completamente perdidos en la vida, y así, muchos otros sentimientos. Se van llenando de frustraciones hasta que no pueden manejar su rabia y la expresan de mala manera, por eso, es recomendable optar por el silencio y dejar que el adolescente se desahogue, siempre y cuando veamos que no lleguen a agredir su persona ni la de los demás.
Para ello, conviene que los padres establezcan límites entre lo permitido y lo no permitido en estas situaciones de rabia. Se trata de un límite muy personal, un límite que cada padre de familia debe establecer para sí mismo y para su hijo: “¿Qué le permito y qué no le permito a mi hijo cuando está en pleno estallido?”. Cuando se cruza el límite, hay que enfrentarse al adolescente, siempre evitando la confrontación física. Pero diciéndole con voz firme y rotunda que hay cosas que no puede decir o que no puede hacer (quizás habrá casos que no se pueda poner el límite durante el ataque de rabia, pero luego hay que hablar de lo que ha pasado), y lo importante es que el adolescente vea que hay un padre que se le enfrenta y él tiene un padre al que enfrentarse, ya que el límite que se le impone se va estructurando dentro de él, y aunque no lo parezca, le ayuda a tranquilizarse por lo menos en el futuro, pues un adolescente quizá cree que quiere hacer lo que quiera, pero su psique necesita la tranquilidad de los límites.
Por otro lado, en muchas otras ocasiones, esta agresividad no es otra cosa más que el disfraz de un miedo inconsciente a asumir su nuevo rol en la vida, con las nuevas responsabilidades que esta implica y a la renuncia de dejar atrás los beneficios de su infancia. Es por esto que los adolescentes deben pasar por un tiempo conflictivo en el que van aceptando lo que están perdiendo y los cambios que se están produciendo en su vida, y recordemos que todo aquello que desconocemos nos genera miedo, y ellos desconocen el mundo adulto.
Para ello, recomiendo que no se sientan culpables como padres por vivir enfrentamientos con sus hijos, son situaciones necesarias, es importantísimo marcar límites, hacer sentir a sus hijos adolescentes que se pueden sentir acompañados. Sin embargo, hay situaciones en las que es mejor optar por el silencio hasta que se desahogue y logre relajarse, así como también habrá ocasiones en las que será necesario utilizar palabras tranquilizadoras y expresadas en un tono de voz suave, y esto, es el arte de ser padres.
Es positivo tomar en cuenta todas estas alternativas, y también es sumamente valioso considerar procesos de psicoterapia tanto para los padres que requieren de una orientación en cuanto al desarrollo y reacciones de sus hijos, como para el adolescente mismo, con el fin de que en un espacio seguro, como lo es el espacio terapéutico, pueda expresar las dolencias propias de su etapa y favorecer una transición más adaptativa hacia la adultez, evitando así una patología en la adolescencia o bien, una adolescencia patológica.