Unidos y organizados, hombres y mujeres del campo y de la sierra salieron a la calle y la lucha continuó sin pedir ni dar cuartel
Por: Miguel Ángel Castro Cosío
Las exigencias y denuncias públicas de los campesinos para deshacer los latifundios, no se atendieron. El grito emitido en Morelos que pregonaba que la tierra es de quien la trabaja con sus propias manos, había sido acallado por los nuevos señores feudales que vivían bajo el amparo de funcionarios gubernamentales de todos los niveles.
Sin embargo, la proclama del General insurrecto se escuchó con fuerza ahora en el norte del país. Así de grande fue el significado que en el Valle del Yaqui cobró fuerza y sentido de unidad de clase. Los desplazados del progreso prometido por la revolución y los revolucionarios veían ahora con toda claridad que las leyes no se cumplían. La Constitución promulgada en 1917, era letra muerta.
Ante este sombrío panorama los integrantes de decenas de núcleos agrarios se agruparon en centrales campesinas generalmente impulsadas por los partidos políticos que alentaban estas peticiones. Muchos años fueron engañados por falsos redentores de todos tamaños.
Unidos y organizados las mujeres y los hombres del campo y de la sierra se lanzaron a la calle y la lucha continuó sin pedir ni dar cuartel. Era una nueva generación que saltó a la palestra.
Ahora, la movilización agraria cambió de rumbo. El cobarde asesinato de siete campesinos, la represión y el encarcelamiento de sus líderes no detuvo la irrupción violenta de las masas. Con todo y centrales oficiales y algunas, no tanto, se lanzaron a la movilización y la lucha sé multiplicó. Se rompió el cerco y no pudieron detener el torrente campesino que fue alentado por el ejemplo de los Mártires de San Ignacio, Valle del Yaqui es tu nombre.
Este movimiento no fue en vano. Ahora, el fantasma de la insurrección social recorría el sur de Sonora. Llevaba en sus manos un machete campesino y el treinta treinta de Zapata.
Las tomas de tierra se multiplicaron. Ahora los campamentos agraristas se apostaron en el histórico Block 407 lugar muy cercano a Ciudad Obregón. Los campesinos no solo estaban armados de valor y razón. Salieron a relucir los mosquetones mohosos. El temple y arrojo, la capacidad organizativa y experiencia de los sobrevivientes de San Ignacio se pusieron a prueba. El miedo al gobierno y a sus fuerzas represivas quedó guardado en el baúl de los abuelos.
Las movilizaciones de masas una y mil veces llenaron las calles y plazas de Ciudad Obregón. La solidaridad nacional se puso de manifiesto. Obreros, colonos, estudiantes universitarios, maestros democráticos y padres de familia estuvieron apoyando la lucha zapatista.
Ante esta innegable fuerza campesina y apoyo ciudadano
el gobierno federal se vio obligado a tomar la decisión de realizar los trabajos técnicos informativos y crear legalmente los Nuevos Centros de Población Ejidal. Igualmente, se publicaron los expedientes en el Diario Oficial de la Federación y se aceleraron las contradicciones al interior del propio gobierno que terminó alentando hasta con sus propias organizaciones campesinas oficiales las demandas de expropiación agraria y por consecuencia lógica, la entrega de la tierra al campesinado tal y como la había hecho años atrás el General Lázaro Cárdenas.
En acto sorpresivo y contundente, el día 19 de noviembre de 1976, se expropió parte del latifundio simulado en Sonora trayendo consigo la creación de los ejidos colectivos en los valles del Yaqui y Mayo. En acto sublime para unos y lamentable para otros, se entregó la tierra a los herederos de Juan de Dios Terán.
Al tiempo, surgieron formas de organización y explotación racional de la tierra; hubo desarrollo económico en la región; se impulsó la investigación científica cuyos resultados permitieron elevar la producción y productividad agropecuaria. Por igual, se crearon escuelas e institutos agropecuarios en Sonora y también en gran parte del país.
En el corazón del Valle del Yaqui se creó el Instituto Tecnológico Agropecuario que se erige imponente y se abre al conocimiento de las ciencias y forja corazones de jóvenes para que trasciendan más allá de sus comunidades.
La llama de la justicia social quedó encendida.