La consigna recorría desafiante: "En el Valle y en la sierra/se lucha por la tierra"
Por: Miguel Ángel Castro Cosío
El ejemplo de los Mártires de San Ignacio inspiró a los campesinos que se habían quedado rezagados y sin tierra. Resueltos constituyeron, siempre en apego a la Ley vigente, nuevos núcleos agrarios para exigir la afectación total del latifundio simulado y por consecuencia la entrega de los terrenos a los labriegos. Decenas de solicitantes formaron grupos y estamparon nombres que tenían que ver con los lugares y hechos recientes donde se había combatido por estas demandas de justicia social que les dio sentido de identidad. Reflejaban ejemplo y gratitud con quienes habían marcado el sendero luminoso. Todos esos nombres están impresos en nuevos ejidos que surgieron después de la masacre de San Ignacio.
La consigna recorría desafiante: "En el Valle y en la sierra/se lucha por la tierra".
Posteriormente, en la década de los ochenta, los campesinos y sus dirigentes utilizaron los mismos métodos de lucha al igual que Zapata y Rubén Jaramillo. Resueltos -hombres y mujeres- tomaron predios que habían quedado intactos y no habían sido afectados.
Bajo esta vorágine de lucha popular se constituyeron nuevas organizaciones sociales, entre ellas, la Unión General Obrero Campesina y Popular - UGOCP- y, de manera consecuente, sus líderes condujeron a los grupos de solicitantes por el sendero de la lucha social. Y, otra vez, los predios que estaban en manos de familias que no habían sido afectados por la expropiación del 76, fueron denunciados, señalados y tomados por quienes exigían al Gobierno que entregara definitivamente la tierra.
La lucha agraria continuó durante una década.
Al mismo tiempo, los líderes y un puñado de solicitantes iban de oficina en oficina. Había diálogo y atención, pero no había respuesta. Entonces, cuando las condiciones estaban dadas, de nueva cuenta, como decían nuestros ancestros "antes como antes y ahora como ahora" la movilización agraria se generalizó. El legado de Zapata se extendió por los Valles Yaqui, Mayo y Guaymas y por las serranías de Álamos y Ures. Una y otra vez se tomaron oficinas; realizaron plantones, marchas y mítines. La proclama era: ¡Zapata vive, la lucha sigue!
La burocracia insensible imperaba. La actitud política de los gobernantes era de complicidad, contubernio y protección de los potentados que sostenían al viejo régimen bonapartista.
Cansados de tanta espera y bajo la égida de Los Mártires de San Ignacio y del espíritu zapatista, los grupos de solicitantes y sus dirigentes, resueltos tomaron la tierra.
En estos movimientos surgieron líderes con visión y compromiso social. Eran hombres y mujeres que además de su valor y astucia, estaban asesorados por jóvenes profesionistas probados en la lucha cotidiana y contaban con preparación e ideas socialistas. La lucha se escribió rápidamente en las páginas de los diarios que daban cuenta de los hechos. Los labriegos tomaban las tierras aquí, allá y acullá. Al día siguiente, los ministerios públicos, la Policía Judicial y municipal intimidaban. Por órdenes superiores, actuaban de inmediato.
Con el uso de la fuerza pública desalojaban el plantón o la toma de tierras. No dejaban que el movimiento se multiplicara. El hecho se repetía como letanía.
Los líderes campesinos eran huéspedes frecuentes de las cárceles de Álamos, Tetanchopo, Navojoa, Cajeme y Guaymas. En el Valle del Yaqui, sobre todo, el señalamiento físico de los predios estaba prohibido. A veces, antes de terminar de poner la manta o la bandera nacional, los campesinos eran desalojados con uso de la fuerza y dispersados por distintos lugares de la ciudad y de los Valles.
En aquel tiempo parecía que ambas partes jugaban a la prueba y al error. Poco a poco el movimiento fue creciendo. Las tomas de tierra surgieron de nueva cuenta. Ahora, estas se llevaron a cabo en nuevos escenarios y en lugares lejanos unas de otras. Una de ellas en Santa Rosalía municipio de Ures; otra en el Valle de San Fernando en Empalme; y las más en el Chinal, en San Vicente, el Caracol y el Veranito en el Municipio de Álamos.
En todas estas acciones exigían la ejecución de resoluciones presidenciales ya emitidas. Era evidente como siempre, se ponía de manifiesto la complicad del Gobierno con los que más tienen. Así de simple. Invariablemente, los participantes en estas acciones eran un puñado de hombres y mujeres dispuestos a perder la vida para construir el porvenir.
En estas refriegas hubo muchos detenidos, encarcelados y perseguidos. Lo más lamentable, fue que se produjo la muerte de otro prócer llamado Leoncio Anguamea Moroyoqui, quien cayó inmolado bajo una inmensa ceiba ubicada en un campo agrícola del Block 401, a escasos kilómetros de Ciudad Obregón.
El movimiento iba en ascenso.