Lo eterno y lo importante en Cumbre Tajín

Por: Redacción

Si el Parque Temático Ta­kilhsukut fuera una población, sería ejemplo de cómo se puede convivir en un entorno en donde importa la vegetación, los ani­males, el cuidado de los espacios, la separación de la basura, la de­fensa del patrimonio indígena, el orgullo de pertenecer a un linaje y el acto de compartir las artes que cada quien sabe manejar.

Sería un oasis en el que los árboles se transformarían en guardianes, techo y escenario, mientras los seres humanos buscarían el reposo o la curación poniéndose en manos ajenas pero amigas, atentas a los dolores del cuerpo y hasta a las penas del alma.

Cumbre Tajín jamás ha perdi­do su esplendor, porque más allá de posibles etiquetas que pueda tener al ser, al fin y al cabo, un espacio de consumo, nunca ha dejado de integrar a los protago­nistas de la historia: los verda­deros totonacas, habitantes de esta tierra que guardan en su interior las enseñanzas de sus ancestros.

Ellos van creando cada año la nueva historia del festival, aportando su cariño, su entu­siasmo, a un proyecto que ha crecido durante dos décadas, ha avanzado y se ha adaptado a las nuevas generaciones con sus tecnologías.

El Nicho de la Sanación jamás pasará de moda porque la gente siempre buscará una cura para sus males y siempre habrá alguien que ofrezca sus saberes para lograrla, pero espacios como aquel que ofrece vivencias de realidad virtual sí representan una actualización de la reunión anual, por mucho que se sustente en la identidad indígena, pues sirven como nue­va plataforma para exponerla.

De igual manera, el Nicho de la Música se ha ido conformando como ese espacio recurrente donde se puede disfrutar de una acústica buena y un sonido excelente, así llueva o se sienta tremendo calorón.