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Las Plumas

La culebra

Desde que veníamos en el camión comenzó la diversión al ver la cara de miedo que todos ponían cuando la traía en mis manos

Jesús Huerta Suárez

“¡Si las culebras no hacen nada! ¿Qué no saben que las culebras no pican?”  Es lo que contestó Rodrigo, cuando le dijeron que él tenía la culpa de que Verónica, estuviera en una cama sin poder mover la mitad del cuerpo a causa de un infarto, que, además, le afectó el habla y le dejó otras secuelas. Yo estaba ahí cuando otros compañeros de la universidad le estaban reclamando a Rodrigo esta situación. No había escuchado la historia desde el principio, así que no entendía bien de qué se trataba el asunto. Ya que se fueron todos, le pregunté a Rodrigo que si qué había pasado. Cómo estaba esa onda de la culebra.

“Mira, —dijo—, lo que pasa es que cuando estudiábamos en la Guadalajara un sábado en la mañana nos fuimos todos los del departamento al barrio de Santa Tere para comernos una birria ahí en el San Luís Soyatlán. Y al terminar, ya curados de la cruda, nos fuimos a caminar por el tianguis que siempre se pone ahí. Ya después de andar viendo miles de puestos me encontré uno en donde vendían mascotas. No tenía interés de comprar nada, sólo me divertía viendo las tortuguitas, los hámsteres, peces y demás animalitos. Ya cuando me iba, el que despachaba me dijo, “güero, llévese esta culebrita, se la damos bara”…

“¿Y para qué diablos quiero yo una culebra?— le dije. Entonces él maistro me dijo que eran buenas para acabar con las ratas, y que no daban nada de lata porque ellas solas se encontraban qué comer; que se comían todo tipo de insectos, las cucarachas y demás, así, ante tales argumentos, y por quince pesos, pues me hice de la mentada culebra. Me la puso en una bolsa y nos devolvimos al depa. Desde que veníamos en el camión comenzó la diversión al ver la cara de miedo que todos ponían cuando la traía en mis manos. Yo bien sabía que las culebras no muerden, pero de cualquier manera a casi nadie le gustan. Total, que llegamos a la casa y solté el réptil en el cuarto. Pasaron unos días y no la volvía a ver. Hasta que de repente una noche la encontré entre las sábanas. O metía la mano bajo la cama para coger un zapato y la tentaba. De repente me estaba bañando y me pasaba entre los pies…se sentía horrible. La verdad es que ni yo ni nadie del departamento nos pudimos acostumbrar a esta mascota. Era repugnante, o no sé cómo decirlo, pero es muy raro que las personas congenien con las víboras. Así que después de las quejas de todos, decidí deshacerme de la mentada Ivonne, como le habíamos puesto. Pero no la tire en el monte, la metí en una bolsa y me la llevé para ver si unos amigos de Providencia la querían. Pero no, nadie la quiso. Así que se me hizo fácil jugarle una broma a las vecinas de mis amigos y, sin que se dieran cuenta, solté la culebra en su departamento. ¿Cómo me iba imaginar que esta muchacha Verónica les tenía fobia?  Dicen que del susto se infartó y al caerse se golpeó la cabeza y pasó todo lo que ya sabes. Fue sin querer”, me dijo por último Rodrigo.  

“¡Huye, José!, ven pa´ca, cuidado con la culebra que muerde los pies” Banda Machos.

Jesushuerta3000@hotmail.com