Allá en la fuente había un chorrito... (Segunda parte)

Aprovechando que era septiembre Francisco hizo su testamento, y le dejó a cada uno de sus cuatro hijos y a su esposa algo de dinero y algunas propiedades, que repartió con nombre y apellidos en partes iguales, que para evitarse broncas en el futuro.


Rosita y Francisco eran muy trabajadores, pero su vida en familia era plácida y lo más ordenada posible. Un día, sin pensarlo mucho, Francisco le dijo a su esposa que quería llevarla a Álamos a celebrar sus 20 años de matrimonio. Y se fueron.



Después de una rica cena y unos tequilas en el bar del hotel, pasaron a su habitación. Unos besos, unas caricias, y se encendió la flama de los dos, pero algo estaba pasando: Francisco abandonaba el lecho a cada rato, al grado de desesperar a su esposa, y fue que éste le pidió que le tuviera paciencia, porque tenía tiempo que cuando iba al baño no podía hacerlo, o solo le salía un chorrito que no le permitía sacar los líquidos y no se le quitaban las ganas de ir al baño.



Rosita le dijo que al otro día irían a Obregón con un doctor. Y así fue. Para el mediodía Francisco estaba en consulta con un especialista que le pidió un cierto tipo de estudios para la próxima cita, que sería en cinco días.



Le explicó al médico que no sentía ningún malestar, pero que volvería. Se hizo los análisis y resultó que tenía un tumor en la próstata que era lo que le impedía orinar.



El doctor le dijo "no te preocupe, con unas inyecciones lo vamos a encapsular, solo tienes que estar viniendo cada 20 días para que te inyecte". Y así se pasaron tres años.



Al cuarto año el problema era más grave; el tumor había crecido, y dijo el doctor que si lo operaba iba a tener que usar pañales para toda la vida.



Él se rehusó a esta opción, y comenzó a probar todo tipo de remedios caseros, y hasta con una bruja blanca acudió para que le curara de su mal, evitándole la cirugía y las quimioterapias.



El médico le seguía diciendo: "no te preocupes, con las inyecciones no te va aumentar el antígeno prostático, y vas a mejorar cuando menos te imagines".



Francisco le hizo caso. Ya para este tiempo casi se le había acabado el dinero entre medicinas, inyecciones, curanderos y magos blancos.



De los cuatro años que pasaron después de su viaje a Álamos, tres estuvo de regular a bien, batallando para orinar, pero al cuarto año le comenzaron fuertes dolores, hasta que tras una larga agonía, murió en su casa.



Doña Rosita lo lloró por mucho tiempo, pero encontró alivio al volver al trabajo. Sus hijos ya estaban grandes y le ayudaron a llevar la pena.



Francisco murió a los 55 años, sin dinero y sin propiedades y en pañales.  Solo se salvó un pedazo de tierra en un lugar donde no hay electricidad, en donde él sembraba.



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