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Agrícola

¿Cómo dormiste anoche?

Jesús Huerta Suárez

La corrupción es el deporte nacional en México. Grandes y chicos, ricos y pobres, mujeres y hombres, todos la practicamos a la luz del día o en la quietud de la noche. Deporte que, a pesar de estar causando estragos desde siglos atrás, hasta la actualidad, parece no tener fin. No se ve luz al final del túnel. Lo traemos en la sangre. Está en nuestro ADN. Lo estilamos a tal grado, que ahora, uno de cada dos es pobre, y el país rico en recursos y diversidad, es un caos que nos está aniquilando.

Etimológicamente la palabra corrupción viene del latín corruptio (acción y efecto de destruir o alterar globalmente por putrefacción; también acción de dañar, sobornar o pervertir a alguien). Lo anoto para que nos quede más claro de lo que estamos hablando.

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Corrupción, esa maña que la mayoría tenemos y que tiene destrozado a este país y que cada vez cobra más vidas de los mexicanos. Aquí hay corrupción en todas partes, desde la iglesia más popular, hasta los palacios de gobierno y las cantinas más rascuaches, pasando por escuelas, hospitales, funerarias y los hogares.

La corrupción, esa palabrota que ha ido pudriendo irremediablemente las entrañas de la nación, y que de seguro es el resultado del sometimiento de los colonizadores y de la traición del pueblo “bueno y sabio” como dice el presidente, con tal de echárselos a la bolsa gracias a las dádivas que a diestra y siniestra reparte. Porque, sí, ha sido la clase política la que más participado en la dispersión de esta pandemia entre los Mexicanos. Han sido ellos los que han robado a manos llenas durante años a la sombra de una impunidad cínica y vergonzosa que ellos mismos han cimentado.

Está también la doble moral que alimenta la corrupción en México; de día tranzamos y por la tarde nos damos golpes de pecho en la iglesia, y en la casa corrompemos a nuestros hijos con nuestros malos ejemplos. El comerciante hará hasta lo imposible por robarte, y el ciudadano comprará lo robado y las drogas del crimen organizado, y en ocasiones no sabrá si el desprecio que siente por los corruptos en el poder sea por eso o porque no es él el que tiene el poder.

Somos corruptos, nos gusta ver todo alterado: el bosque sucio, las calles llenas de basura, las plazas públicas rotas; y si somos padres, queremos ser adolescentes, y si somos policías nos aliamos al bandido para ganar más. Nos saltamos la fila, nos pasamos el alto, nos paramos en donde tapando el tráfico, y en el trabajo hacemos como que trabajamos, total nos pagan muy poco.

La corrupción usa mil máscaras y se viste de muchas maneras; la corrupción tiene sus niveles que van desde la menos, a la gran escala y la política. Somos corruptos cuando nos ofrecen y aceptamos puestos públicos sin tener la capacidad, olvidando que el favor de las personas innobles solo puede conseguirse por medios innobles, ya lo decía Séneca.

Por cierto, ¿Cómo dormiste anoche?